martes, 29 de marzo de 2011

LIBRO I - Capítulo 15

Diario de Guerra del teniente Ian Talling (Entrada XV)
Veinticinco de Mayo del Año de Nuestro Señor de 1809. Abrantes.
Una noticia recorre este inmenso campamento y ha causado honda impresión entre quienes profesamos devoción a la Iglesia Católica, Única y Verdadera: Bonaparte ha anexionado los Estados Pontificios y, para colmo, ha despojado al Papa de su autoridad temporal.  Parece que la necesidad que ha animado a muchos de nuestros irlandeses a alistarse se subordina al sentimiento que hoy nos anima a todos de derrotar a quien ha cometido tamaño sacrilegio.
El padre Fennessy, furioso a la vez que impresionado por la mala nueva, ha improvisado, sobre la carreta del vivandero Malone, un sermón tan vívido y moralmente rico que todos cuantos lo hemos oído hemos acabado dando tres hurras cuando, con visible emoción el padre nos ha comunicado que, en reciprocidad a su acto de maldad, Pío VII ha excomulgado al Ogro.
Dejando aparte este episodio, he de consignar que el capitán Edwards me ha presentado a mi compañero oficial. El primer teniente John Joseph Laherty, del condado de Derry, se ha mostrado muy gentil aunque al estrechar su mano se me ha antojado a un pez fuera del agua que hace cuanto puede para respirar. Parece evidente que a mi compañero no le gusta lo más mínimo la vida militar y la única razón por la que está bajo las banderas me la ha aclarado el ayudante de cirujano Tarín algo más tarde.
Al parecer el teniente Laherty, que solamente cuenta con dos años más que yo,  es hijo de un miembro del Parlamento que busca perpetuar su escaño en su vástago. Para ello le ha comprado un nombramiento de oficial para que vaya a la guerra y se convierta en un héroe de modo que, una vez en casa, su presencia en los actos políticos y la narración de sus hazañas sean decisivos a la hora de obtener votos.
No he podido intercambiar impresiones con el teniente Laherty pues se ha excusado al poco de conocernos, y el capitán Edwards se halla, tengo entendido, en despacho con el mayor Gough. Así pues, acompañado por el teniente Tarín, me he aventurado a tomar contacto con algunos de los soldados de la compañía ligera.
La impresión que me han causado los hombres que he visto es, debo confesar, poco satisfactoria. Dejando de lado una evidente dejadez en la uniformidad, cosa por otra parte comprensible teniendo en cuenta que acaban de regresar de una expedición, se adivinan rostros patibularios o como poco de dudosa catadura.

Tarín me ha confiado, y ello ha contribuido a incrementar mi inicial impresión, que muchos de los hombres del II/87 han sido miembros de los Irlandeses Unidos y de los Defensores, incluso algunos habrían tomado parte en la rebelión de 1798 y, por una extraña paradoja, sirven ahora en el ejército que entonces combatieran y a las órdenes del rey contra cuya autoridad se levantaran.
Recuerdo vagamente la rebelión. Por fortuna hubo poca o ninguna acción en Tipperary con lo que no sufrimos directamente sus efectos. Sin embargo, en comparación, el reguero de muerte y destrucción que se extendió por Kildare, Antrim, Down o Wexford constituye aún hoy un amargo recuerdo para muchos paisanos y no son pocos quienes, tanto allá en el hogar como incluso aquí, vean a los franceses no como enemigos sino como libertadores. No hay que olvidar que en Castlebar fue una fuerza mixta de irlandeses y franceses la que hizo huir a los soldados del rey y que cuando Wolfe Tone intentó desembarcar en Lough Swilly iba en compañía de tres mil soldados franceses.
Confieso que me intranquiliza el hecho de mandar sobre hombres de dudosa lealtad pero Tarín, tal vez adivinando mis pensamientos,  me ha tranquilizado en el sentido de que los elementos más revoltosos han aprovechado la reciente campaña para desertar. Es posible que muchos hombres odien a Gran Bretaña y al Rey, dice el español, pero el “espíritu del regimiento” hace que cada hombre se sienta parte de un todo que ve a los franceses como el enemigo a derrotar.
Después de mi primera gira por la compañía ligera he adquirido el firme propósito de conocer, siquiera someramente, a los hombres que la forman a fin de consignar en este diario que deseo legar a la posteridad cómo eran los soldados comunes y corrientes que libraron esta guerra.
Asimismo, y debo decir que el peso de la influencia de mi hermano Angus es determinante en esta decisión, estoy determinado a aprender español pues cuento para ello con la inestimable ayuda que supone el teniente Tarín. Creo que la oportunidad que supone servir al Rey en campos extranjeros ha de ser aprovechada en toda su magnitud y me seduce la idea de conocer la lengua de Calderón, de Lope, de Cervantes y de Quevedo.

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