miércoles, 3 de agosto de 2011

ROWLAND HILL


Fue un caso atípico entre sus compañeros generales pues el apodo con que le motejó la tropa, “Daddy” (Papaíto), habla por sí solo de su popularidad.


Nacido en 1772 obtuvo su primer nombramiento como alférez en el 38 de infantería a los dieciocho años. 
Muy joven aún, pasó dos años en una escuela militar en Estrasburgo.

Sirvió como Ayudante De Campo en el Sitio de Tolón (1793) donde, gracias al patrocinio del general Thomas Graham, fue ascendido a mayor en un regimiento recién formado, el 90 de infantería. En 1794 alcanzaría el grado de teniente coronel.

Después de una brillante campaña en Egipto (1801), y de servir durante la expedición a Hannover (1805) como comandante de brigada, inició su carrera de armas en la Península con las victorias de Rolica y Vimiero y con la épica retirada de La Coruña.

Vuelto a Portugal en 1809, Hill participó en las operaciones sobre Oporto. En Julio de aquél mismo de año, y al mando accidental de la Segunda División, sostuvo con éxito sus posiciones en el Cerro de Medellín durante la campaña de Talavera, resultando herido en la misma.

Entre 1810 y 1813 alternó diversas responsabilidades en Portugal y España, gozando siempre de la confianza del Duque de Wellington que no dudó en situarle en posiciones delicadas en los asedios de Ciudad Rodrigo y Badajoz. Hombre caritativo, nunca escamoteó su ayuda a quien le necesitara, independientemente de su nacionalidad o condición.

 Su popularidad entre los soldados aumentó con la historia (apócrifa o no) que relataba cómo, durante el vadeo de un río en Portugal, y al observar que un soldado cargaba a cuestas con oficial que trataba de evitar mojarse los pies, se interpuso entre el hombre y su carga y le ordenó deshacerse de la misma arrojándola al agua.

Participó asimismo en la Campaña de Vitoria (1813) y en la invasión de Francia. Rechazó el mando de una expedición a Norteamérica en 1814, lo que le permitió distinguirse el año siguiente en Waterloo.

Después de la guerra y a petición del Duque de Wellington, ya Primer Ministro, se convirtió en Comandante en Jefe del Ejército Británico, puesto que desempeñaría durante catorce años (1828-1842).

Nombrado Vizconde Hill en 1842 por la Reina Victoria, falleció a finales de ese año. 

lunes, 1 de agosto de 2011

LIBRO II-Capítulo 28

Diario de Guerra del teniente Ian Talling (Entrada XXVIII)

Veinticuatro de Junio del Año de Nuestro Señor de 1809. Abrantes

No parece que haya vuelta atrás en la decisión del general Wellesley de buscar la batalla en España. Todo parece indicar que en breve nos pondremos en marcha de forma que poco tiempo habrá ya para instrucción y teorías.

Esta mañana nos ha sorprendido el hecho de que se hiciera oficial algo de lo que se venía hablando los últimos días: el general Tilson, hasta ahora al mando de la brigada a la que pertenece el II/87 ha sido transferido a la Segunda División, al mando del Hon. Mayor General Sir Rowland Hill. Su puesto ha sido ocupado por el Brigadier General Rufane Shaw Donkin, un veterano de las Indias Occidentales que se distinguió asimismo en el asalto de Cathcart a Copenhague hace dos años.

Casi no hemos llegado a conocer al jefe de nuestra brigada cuando es reemplazado. Me resulta difícil de asimilar pero, a decir de los veteranos, es cosa corriente en tiempo de guerra. Al menos es de agradecer que el cambio se haya producido antes de iniciada la campaña pues cuando uno se habitúa a un jefe el mudar uno por otro resulta más complicado. De todas formas, nunca sabremos cómo nos hubiera dirigido Tilson en el combate y con respecto a Donkin, nada de su historial parece indicar que sea de los que rehúyen la lucha.

Si los oficiales conjeturamos sobre el carácter de nuestro jefe inmediato la tropa, por su parte, no se preocupa en demasía sobre este particular. De hecho, el ripio que tantas veces he oído de labios de mi padre se oye igualmente de la boca de los soldados de hoy en día, y ejemplifica tanto la resignación como el fatalismo del hombre que luce la casaca roja:

Qué importa quien nos mande
Pues ese, al carnicero,
De nuestro pellejo
Pagará su parte.

La inminencia de la marcha me ha obligado, por otra parte, a adoptar medidas tales como agenciarme una montura y preparar mi equipaje para la campaña.


En lo tocante al jamelgo he adquirido un espléndido ejemplar alto y negro, llamado Arrow, de un capitán del 20 de Dragones Ligeros que regresa a Gran Bretaña. No tengo mal ojo para los caballos por lo que las ciento ochenta guineas que he pagado no me parece un mal precio, sobre todo si se tiene en cuenta que incluye silla y arreos. Sobre el equipaje no tengo más remedio que remitirme a los sabios consejos de mi padre, consejos que veo refutados en los preparativos de los oficiales veteranos.

No es extraño contemplar a jefes y oficiales que cargan (o hacen cargar) con un bagaje excesivo. No faltan uniformes de gala (varios en muchos casos) y un buen montón de cachivaches que de poco o de nada sirven en el campo de batalla. Tanta impedimenta, empero, solo sirve para atormentar a los sobrecargados conductores del tren de bagajes y para despertar la codicia de quienes no están habituados a ver pasar ante sus ojos artículos de muy buena factura y, por su coste, prohibitivos.

En cuanto a la compañía debo consignar que hemos recuperado varios hombres que se encontraban hospitalizados y, asimismo, se han incorporado tres reemplazos que cubrirán los huecos dejados por Gerald Mulcahy, Tyrone Gaffey y Adam O’Malley.

De esta manera, se reincorporan al servicio los soldados Ethan Hanrahan, Lawrence Patrick Aherne, John Joseph Abermathy, David Clougherty y Michael Francis Daly.

Por su parte, las nuevas incorporaciones son tres elementos no irlandeses circunstancia que, presumo, habrá de convertirse en habitual dado que este batallón es de creación reciente y, por tanto, no ha experimentado aún la evolución y transformaciones  habituales tras una campaña prolongada. Así pues, nuestros nuevos reclutas son David Prescott, de Evloe (Gales), desertor de un ballenero fondeado en Lisboa que ha aceptado el chelín del Rey convencido de que servir en el II/87 es mejor que estar dos o tres años  navegando y apestando a grasa de ballena; John D’Antonio, natural de Gibraltar y escribiente de un armador de Lisboa al que la guerra ha arruinado; y Julius Baumgartner, suizo, natural de Altdorf y soldado profesional cuyo regimiento, portugués o español aún no lo sabemos, ya no existe por lo que ha buscado su sustento haciendo lo que mejor sabe hacer esta vez bajo nuestros colores.
                                                              
                                                                                                                                             ©Fernando J. Suárez