domingo, 30 de junio de 2013

LIBRO IV - Capítulo VII


   Catorce de Octubre de 1809 (Anno Domini). Fondeados cerca de Ziguinchor

Hoy hemos finalmente fondeado después de remontar el río Casamance.

Hay que reconocer la pericia de Fernándes y de sus marineros pues la corriente, al parecer, está plagada de bajíos, de recodos y de falsas salidas que pueden acabar con el barco embarrancado entre los manglares que la bordean.

El intenso olor a podrido de la vegetación que se descompone, la humedad, el calor y los peculiares sonidos de la selva componen lo más parecido que se me antoja al Infierno. En las riberas pueden verse a los lugareños dedicados a sus menesteres y rápidas canoas se deslizan por la pesada y aceitosa superficie saludándonos con entusiasmo.

Me resultaba extraño verles tan felices a nuestro paso pues me cuesta creer que no sepan a qué venimos. Por el contrario, acercan las canoas lo bastante para arrojarnos extrañas frutas. No hubiera dado crédito a lo que estaba contemplando si, una vez más, el primer oficial Barlow no hubiese acudido a satisfacer mi curiosidad.

Según parece los habitantes de esta zona pertenecen al pueblo de los wolof cuya principal ocupación es la caza de esclavos en el interior. De este modo es fácil comprender que celebren tanto la llegada de los barcos negreros que, al fin y al cabo, suponen su prosperidad aún a costa del sufrimiento de sus hermanos de raza.

He podido, al fin, cambiar impresiones con Partridge que sigue obsesionado con escapar y que ha insistido en ello señalando algunas de las embarcaciones que se ven fondeadas en los muelles.

No estamos, desde luego, en el mejor momento para fugarnos y creo que he logrado hacérselo comprender pues no tendríamos adonde ir. Aunque robásemos un bote tendríamos que llegar al mar y sortear Dios sabe cuantos peligros antes de llegar a Gorée, que está en manos británicas tal y como nos dijera Barlow.

Y si, por el contrario, tratásemos de huir por tierra estoy seguro de que seríamos presa fácil de los wolof o de las tribus del interior que nos harían pedazos tan pronto nos vieran aparecer pues dudo que hicieran distinciones tratándose de hombres blancos.

Me duele tremendamente ver cómo un hombre joven, valeroso y decidido debe continuar sometido a su triste situación mas, en nuestras circunstancias, debemos aguardar una ocasión lo bastante propicia. Mas, a pesar de todo, aunque he querido conocer cual es el plan que había trazado para procurar nuestra liberación, y la captura del Portobelho, durante la travesía no he obtenido más que un persistente silencio y su afirmación de que él, como capitán de la Succes, tiene la responsabilidad última sobre cuantos en ella hemos navegado.

He podido, también, hablar siquiera brevemente con Figgis. Le he preguntado acerca del plan de Partridge mas, en este particular, no he obtenido fruto pues el contramaestre se muestra tan ignorante como yo.

Sobre nuestra antigua tripulación me ha confirmado que, en las actuales circunstancias, solamente puede responder de Sánchez, Brown y en menor medida del portugués Días. En cuanto a Tucker, el yanqui, no está seguro pues su actitud de hostilidad hacia la Armada por reclutarle a la fuerza se ha reforzado al juntarse a bordo con varios de sus paisanos, alguno de los cuales ha sufrido también los estragos de las rondas de enganche o los abordajes indiscriminados que realizan nuestros buques en los barcos norteamericanos.

Ahora, mientras acabo estas líneas y observo cómo Messervy trata de dormir con su preciado portadocumentos a guisa de almohada, el suave golpeteo del casco de las canoas contra la tablazón del pantalán que se erige en un meandro donde hemos amarrado, acompañado de las canciones y los gritos de los marineros, parece devolverme a las noches en los campamentos cuando los efectos del brandy se dejaban sentir y las risas se volvían estruendo en compañía del teniente Tarín y del padre Fennessy.



 Solo Dios sabe cuanto añoro todo aquello y, por mi vida, que hubiera preferido mil veces caer en Talavera si no con honor al menos con dignidad antes de languidecer en un lugar como este y en compañía de la hez de los puertos del Atlántico.

domingo, 9 de junio de 2013

LIBRO IV - Capítulo VI


Diez de Octubre de 1809 (Anno Domini). Al ancla frente a Casamance

Nunca hubiera imaginado que iba a ver tantos barcos en un puerto tan pequeño como este.

Gracias a Figgis, que nos ha explicado a Messervy y a mí en qué lugar nos encontramos, he podido comprender cómo tantos bergantines, goletas o balandras con bandera francesa, yanqui, danesa, holandesa, sueca, portuguesa, española, turca ¡y hasta británica! sin perjuicio de que sus respectivos países estén en guerra unos contra otros, estén amarrados juntos. Incluso hemos podido ver jabeques y dhows con los pabellones de los estados de Berbería.

Pero, si bien en el mar muchos de estos navíos habrían de rehuirse o combatir entre ellos si se adscribieran sus capitanes a la lealtad debida al pabellón que lucen sus barcos, ninguna hostilidad se respira en este fondeadero. Más bien cada barco ocupa su lugar en el puerto o, por riguroso turno de llegada, en espera de poder arribar.

Según Barlow, que nos interrumpió con una de sus morbosas chanzas, la captura de la isla de Gorée a los franceses, el mayor centro de distribución de esclavos de esta zona, ha hecho que contratistas y cazadores se trasladasen más al sur y al continente propiamente dicho.

Por lo demás, el negocio sigue siendo tan floreciente que pasa por encima de la guerra misma y de las rivalidades entre estados. Cuán extraño resulta ver la bandera que defendí en Talavera ondeando en alguno de estos barcos, verdaderas prisiones flotantes, que esperan su cargamento. Viendo el número de embarcaciones parece difícil de creer que quede aún un africano que no sea esclavo mas, según parece, el tráfico es incesante y el dinero fluye como el agua en los ríos de Erin.

No me ha pasado desapercibida la reacción de Partridge cuando pudo verse la bandera tricolor tremolando perezosamente por la cálida brisa. Hubiera jurado que, de haber podido, hubiera cargado, apuntado y disparado él mismo todos los cañones de a bordo con tal de abatir cualquier barco que portase la enseña.

Al parecer no desembarcaremos inmediatamente. Por el contrario mañana remontaremos el río llamado también Casamance hacia el interior, hacia un lugar llamado Ziguinchor.

La noche, húmeda y calurosa como parece serlo todo en estas latitudes, se va extendiendo y a nuestras incomodidades han de sumarse legiones de mosquitos que hacen aún más penoso conciliar el poco sueño de que podemos disfrutar. Aún asomado a la escota puede verse  el sol poniéndose y el horizonte bañado en una miscelánea de tonalidades rojizas y anaranjadas que, pese a todo y a la situación en que me hallo, compone innegablemente un hermoso espectáculo.



Y así, aunque martirizado por el calor y los mosquitos, puedo ver cómo una bandada de pelícanos vuela hacia el horizonte, como si quisiera seguir al sol en su ocaso mientras, en la lejanía, un largo y prolongado lamento se deja oír, recordando a los hijos del Islam que es hora de rezo y que estamos en tierra de paganos.     

sábado, 1 de junio de 2013

LIBRO IV - Capítulo V


Siete de Octubre de 1809 (Anno Domini). A bordo del Portobelho

Días de lluvia y de calor húmedo se suceden convirtiendo cada jornada en un tormento.

 Solamente la novedad que supone ver otros barcos que navegan por las mismas aguas anima en algo la rutina. Sin embargo no hemos visto vela amiga y sí mucha extranjera, y aún enemiga, aunque hace ya varios días que navegamos bajo bandera yanqui de modo que nada hace presagiar conflicto alguno.

Hace tiempo que Messervy y yo hemos trocado nuestros uniformes por prendas más ligeras hechas al clima extremo al que nos enfrentamos. Aún así el calor es tremendamente pesado, lo que sumado a la humedad implica que nuestras ropas estén casi permanentemente mojadas.


Hubiese querido comunicar mi descubrimiento sobre la carga que transportamos a Partridge pero confieso que su ánimo parece estar tan decaído como el de Messervy antes de que le instara a llevar una correspondencia diaria que ocupara sus pensamientos.

Pero la situación de Partridge no es la misma. Obligado a trabajar en menesteres muy inferiores a los que sus capacidades le facultan, y sometido a la tiranía del mulato Pouzada, se le ve hosco e irritable. No he podido intercambiar con él más de unas cuantas frases en tres días y en ningún momento ha dejado de manifestarme que su plan está dispuesto para cuando se presente la ocasión. Es por ello que he omitido referirle mi hallazgo pues temo que opte por una medida desesperada pues, y esto es una obviedad, si llevamos mosquetes es más que seguro que habrá a bordo pólvora suficiente como para hacerlo saltar por los aires.

Por el contrario mis conversaciones con Figgis, que procuro llevar a cabo a la vista de todos sobre cubierta para evitar suspicacias, y a las que últimamente se ha agregado Manuel Sánchez, uno de los pocos tripulantes de la Succes que aún goza de la confianza de Figgis, y por tanto de la mía, cuyo concurso ha de ser por fuerza indispensable si queremos librarnos de nuestra reclusión.

Y, desde luego, el español es hombre de recursos y de valor pues le ha  relatado a Figgis parte de su vida en la mar, que incluye servicio como artillero en los combates de Finisterre y Trafalgar. No he podido evitar pensar al oirlo en lo absurdo que es a veces todo en esta vida pues muy bien podría haber sido su cañón el que provocó el astillazo que hiriera a Barlow.


 Absurdo aunque se me antoja descorazonador pues, en uno y otro caso, los dos lucharon por su Patria y por su Rey para terminar el uno como primer oficial de un barco negrero y el otro como alistado forzoso en la Armada de un país que no es el suyo y en un país que tampoco era el de su nacimiento. La perspectiva de acabar mis días, en caso de que salga con bien de esta endemoniada situación, como mercenario en un ejército extranjero o en el arroyo y totalmente desamparado me oprime el alma pues nada de cuanto pudiera hacer en el cumplimiento del deber me sustraería de tal destino si, como mi padre sentencia, vienen mal dadas.

Es capítulo aparte la relación que hago a continuación de los hombres y armas a bordo del barco. Con un margen de error que me he permitido establecer en diez hombres, el inventario es el siguiente:

-Tripulación: Capitán; dos oficiales; contador; cirujano y 52 marineros (donde se incluyen todas las especialidades)[1]

-Armamento: Seis carronadas de veinticuatro libras; Diez cañones largos de dieciocho libras; Entre diez y doce cañones giratorios y dotación de armas cortas de abordaje (sables, chuzos, hachas) mas pistolas y mosquetes en número, probable, suficiente para dotar la entera dotación.




[1] No incluyo aquí a ninguno de los tripulantes y pasaje de la desaparecida goleta Succes