jueves, 12 de julio de 2012

LIBRO III - Capítulo VII






Veintiuno de Agosto de 1809 (Anno Domini). Trujillo

Ya se pone el sol en el que ha sido nuestro segundo día de marcha hacia el sur.

Ayer mismo llegó al puesto de mando un correo (en realidad un oficial  que traía despachos al general y, de paso, la noticia de que nuestras tropas habían desembarcado en Walcheren, en Holanda.

La nueva sobre Walcheren ha sido acogida con indiferencia, si no con aprensión pues recuerda demasiado a las campañas de 1794 y 1799.

Mucho se habló, y aún se habla, de aquél fracaso del año noventa y nueve que nos hizo perder buenos hombres y muchos recursos al desembarcar en Noord-Holland, y eso a pesar de que la Armada capturó la totalidad de la flota holandesa. Mucho calor, humedad y mosquitos, dicen quienes estuvieron allí, solo para que el Duque de York, el comandante en jefe, decidiera después de un par de encuentros con los holandeses que era mejor replegarse y volver a embarcar pues, al final, ni los rusos hicieron lo que se esperaba de ellos y ni los holandeses nos acogieron con los brazos abiertos, excepto unos cuantos orangistas, muchos menos de los que se suponía.

Al final todo se arregló con un acuerdo entre caballeros en un lugar llamado Alkmaar y nuestros hombres, y los rusos, pudieron reembarcar sin ser molestados y volver cada uno a su patria.

Un mal sitio para combatir, en suma, ha sentenciado el sargento primero Aidan Keene, de la compañía de granaderos, que estuvo allí con el I/87 en la otra desgraciada operación del año noventa y cuatro que se inició brillantemente en Landrecies y que acabó con la rendición y el cautiverio de buen número de hombres en Menin, recuerda tanto la combatividad de franceses y holandeses como el tormento de los mosquitos y las privaciones habidas durante el cautiverio.

  Mas, apunta el teniente Tarín, no es tan mal lugar pues durante casi un siglo los Tercios de España lucharon sin desmayo para mantener aquellos lugares bajo la égida de los reyes Austrias.

Lógicamente ni el sargento Keene, ni la mayoría de nosotros, sabemos demasiado sobre aquella época aunque algunos sí que hemos oído hablar de los Tercios, una tropa que marchaba a paso cadencioso y que acostumbraba a morir sin pedir cuartel, que tampoco concedía en demasía, y que combatía, dicen, como los mismísimos demonios del Infierno.

Confieso que al oír a Tarín me convenzo de que no entenderé jamás a los españoles: dueños de medio Mundo durante varios siglos y permiten que todo ello se pierda y, lo que es peor, hollados ahora por invasores se diría que ese pretérito ardor guerrero se hubiera esfumado al igual que esas glorias del ayer.

Y, como contrapunto a cuanto se habla sobre Holanda, quiero consignar el hecho de que nuestra retirada sea tanto más metódica en cuanto nada se está dejando al enemigo que nos persigue.

Ya antes de emprender la marcha, varios piquetes de artilleros e ingenieros, escoltados por unidades del Cuerpo Preboste, han volado todo cuanto los franceses pudieran utilizar tanto en su provecho como en nuestro perjuicio: molinos, hornos, telares, forjas…Todo es destruido pues nada debemos dejar atrás que redunde en provecho de los franceses.

Es esta una de las misiones más dolorosas a las que nuestras tropas deben enfrentarse pues saben que condenan a los paisanos a pasar hambre, nadie sabe por cuanto tiempo, y a sufrir un sin número de privaciones. Puede parecer una crueldad pero la guerra no hace distingos, incluso con quienes no empuñan las armas.


Incluso ahora, con las sombras enseñoreándose del cielo, pueden oírse, como truenos lejanos, las explosiones con las que nos aseguramos proporcionar penurias a nuestros enemigos y, también, a quienes en cuyo auxilio hemos acudido.