domingo, 25 de agosto de 2013

LIBRO IV - Capítulo X


     Veintidós de Octubre de 1809 (Anno Domini). Fondeados cerca de Ziguinchor

Los guerreros wolof a los que instruyo se han revelado como unos soldados tremendamente disciplinados y eficientes.

No hubiese querido tener que admitir que, bien porque sean especialmente hábiles, o bien porque yo sea un buen maestro (cosa que dudo mucho), estos cazadores de hombres solamente han precisado de unos pocos días para manejarse con bastante soltura con el Brown Bess. He de admitir que me admira el modo en que limpian las armas y llevan en perfecto orden todo su equipo.

Asimismo, las evoluciones que realizan al ejecutar las ordenes en instrucción (y que, al menos, ha servido para que Messervy vuelva a ser el oficial que es) no han podido sino recordarme lo semejante que debe ser este espectáculo a los cipayos de la India, desfilando igual que lo haría cualquier regimiento británico. Esta analogía me ha hecho pensar en mi hermano Angus, y por extensión en mis padres y en Patrick, y preguntarme si lograré volver a verles en este Mundo.

Thomas, el antiguo esclavo que hace de intérprete, ha demostrado ser un gran tirador y no desmerecería si luciera los galones de sargento pues lanza las órdenes con autoridad en la extraña lengua de esta gente y los hombres obedecen sin dudar. Habla mucho y dice que algún día podrá establecerse por su cuenta, a imitación de Sembène, pues conoce la lengua y las costumbres de los blancos y ahora, gracias a mí, sabe instruir a los hombres para la guerra.

Esta tarde, además, se ha producido un acontecimiento que muy probablemente tendrá consecuencias futuras.

Como nuestro pequeño puerto está al fondo de un meandro, Fernándes ha dejado centinelas en la boca del mismo pues, al parecer, la vida de un esclavista no es fácil ni segura y en cualquier momento pueden presentarse complicaciones en forma de piratas, barcos de guerra de cualquier bandera o un ataque de nativos hostiles. En este sentido debo consignar que tampoco se fía de Sembène, que podría lanzar a sus hombres contra nosotros y liquidarnos impunemente pues a fin de cuentas estamos lejos de Ziguinchor. 

En los ejercicios de instrucción los marineros que guarnecen las instalaciones tras la empalizada parecen estar más atentos a los wolof que a lo que pueda venir del exterior. Incluso las carronadas del Portobelho están dispuestas para repeler cualquier agresión, proceda de donde proceda y ristras de bengalas están distribuidas en previsión de que suframos un ataque nocturno.

Pero la novedad ha venido en forma de nombre tan extraño como aparentemente amenazante a juzgar por las murmuraciones de los marineros. Cuando uno de los vigías llegó remando en una chalupa y gritando ¡Gelderland!

Barlow, que estaba cerca de mí, mudó su sempiterno gesto burlón por una sombra de preocupación. Solamente la posterior información de que había seguido hasta Ziguinchor pareció calmarle un poco aunque ello no impidió que ordenase zafarrancho y que todo el mundo debía estar cerca de las armas y tenerlas a punto.

 De este modo, Messervy y yo debemos cumplir nuestros turnos de guardia a bordo, pues nos alojamos en el barco. Incluso nos han dado armas, en mi caso vuelvo a disponer de mis dos pistolas y me han dado un sable corto de abordaje, pesado y muy afilado, muy distinto a mi elegante sable de la caballería ligera que, a estas horas, está en el fondo del Atlántico.

He querido averiguar qué o quien es Gelderland pero dos nuevas palabras, insistentemente repetidas, la han sustituido y recorre el Portobelho de proa a popa. No he querido inquirir por el momento pero abrigo la extraña sensación de que las consecuencias no han de ser favorables para nadie de este barco. Mientras no dejo de repetir en mi mente las palabras que tanta inquietud producen:


 Van Deventer…