lunes, 27 de junio de 2011

LA DELGADA LÍNEA ROJA

Una fuerza pequeña pero muy profesional. Esa era la principal credencial del Ejército Británico en las Guerras Napoleónicas. 


En lo tocante a la Infantería hizo fortuna el apelativo de "La Delgada Línea Roja" en referencia al  aparentemente frágil despliegue de los batallones de casacas rojas que, sin embargo, eran capaces de repeler ataques de fuerzas muy superiores merced a la cadencia y precisión del fuego que podían administrar.


Este es el esquema de un batallón desplegado en línea de combate. Esto es lo que se encontrarían las tropas enemigas que avanzaran hacia él.

viernes, 24 de junio de 2011

LIBRO II-Capítulo 25

Diario de Guerra del teniente Ian Talling (Entrada XXV)
Dieciocho de Junio del Año de Nuestro Señor de 1809. Abrantes.
Hace unas pocas horas que he acabado de relatar por mis propios labios mis recientes experiencias a la que posiblemente haya sido la mayor concentración de oficiales que se ha congregado jamás a mi alrededor.
Prácticamente todos mis conmilitones del II/87 oían mi narración sobre los falsos prisioneros que se saldó, no puedo olvidarlo, con tres de los hombres bajo mis órdenes muertos.

He podido experimentar eso, tan buscado por muchos y alcanzado por muy pocos, que se da en llamar la gloria:

Las felicitaciones y los hurras procedentes no tanto de quienes me ofrecieron su amistad desde mi llegada, como de aquellos que me recibieron con frialdad y desdén y que ahora alardean de pertenecer al mismo regimiento del joven Talling…

Hay, sin embargo, quien no ha variado un ápice su actitud hacia mi ser. Me refiero al teniente Roland Addams, de la cuarta compañía, cuya mirada fría y su silencio me hace recordar que su hostilidad no ha disminuido sino que, por el contrario, ha aumentado si cabe. Parece evidente que su ambición de servir en la compañía ligera corre pareja al rencor que le inspira el hecho de que un recién llegado, ayudado de poderosas influencias no lo voy a negar, haya accedido a un puesto tan codiciado.


Más desagradable me ha resultado, empero, el ofrecimiento de mis disculpas al mayor Gough por haber permitido que me robaran a Nutmeg. Sobra decir que una de mis primeras providencias nada más regresar a Abrantes ha sido cederle la montura que el general Wellesley me ofreciera en Vila Franca. El mayor ha sido muy gentil pese a que Nutmeg era un animal muy superior al que le he ofrecido. Creo que el hecho de que los hombres cumplieran con su deber ha influido positivamente en su humor.

A este respecto debo consignar que han regresado conmigo el cabo Darragh y los soldados Conlon, Dennehy y Tighe, siendo trasladados Devlin Rourke y Eamon O’Brian a un hospital militar en Lisboa. Muchas imágenes de dolor he debido presenciar entre la tropa pues los caídos contaban con no pocos amigos. El padre Fennessy ha improvisado un responso en su memoria y se han subastado sus efectos personales para recaudar algún dinero para sus familias. No es preciso decir que las pujas han sido altas a pesar del escaso monto de los artículos.

Ahora no me queda más que prepararme para regresar a la rutina diaria de la instrucción, las guardias y los ratos de asueto, sin olvidar las clases de español con el teniente Tarín. Sin embargo, y en previsión de futuros incidentes, me he decidido por adquirir una montura propia. En los próximos días dedicaré parte de mi tiempo a examinar los animales disponibles y espero adquirir uno razonablemente bueno a un precio acorde.  


miércoles, 22 de junio de 2011

JOHN WILLIAM WATERS

Uno de los más valiosos oficiales británicos durante la Guerra de la Península fue, sin lugar a dudas, el maestro de espías del Duque de Wellington, teniente coronel John William Waters.

Nacido en Tifry, cerca de Glamorganshire (Gales) en 1774, quedó huérfano de padre desde pequeño y, gracias al patrocinio de un aristócrata conocido de su progenitor, el joven Waters obtuvo un nombramiento de subalterno en el 2º de Infantería (Royal Scots) en 1797.

Sirvió en Holanda (1799) y en Egipto (1801). Distinguido en las Indias Occidentales, obtuvo una capitanía en 1805. Vuelto a Gran Bretaña, estuvo destinado en diversos puestos hasta que, en 1808, se convirtió en uno de los oficiales desplazados a Portugal, en su caso como aide de camp del brigadier general Charles William Stewart.

Participó en la campaña de Moore en la Península, fundamentalmente en tareas de inteligencia, y su intervención en la interceptación de unos despachos franceses, que permitieron que el ejército británico no fuera copado, le valió el ascenso a mayor en Febrero de 1809.

Agregado al ejército portugués, como teniente coronel del mismo, y con un talento natural para los idiomas, se convirtió en una pieza clave de la inteligencia británica en la Península.

Capturado el 3 de Abril de 1811, protagonizó una espectacular fuga durante su traslado a Salamanca, en la que sus magníficas dotes de jinete jugaron un papel fundamental. Vuelto a sus líneas, su hazaña le valió el puesto de asistente del ayudante general [de Wellington] y el nombramiento de teniente coronel (provisional) del ejército británico.

Participó en acciones tan destacadas como Ciudad Rodrigo, Badajoz, Salamanca, vitoria y las acciones en los Pirineos y en Francia; y aún participaría en Waterloo.

Acabada la guerra, Waters pasó por los acostumbrados periodos alternos de media paga y de servicio. Fue ascendiendo con relativa rapidez: teniente coronel en 1817, coronel en 1821, mayor general en 1830…Todo ello alternado con diversos cargos y distinciones. Promovido finalmente a teniente general en 1841, falleció en Londres el siguiente año.

viernes, 17 de junio de 2011

LIBRO II-Capítulo 24

Diario de Guerra del teniente Ian Talling (Entrada XXIV)

Quince de Junio del Año de Nuestro Señor de 1809. Vila Franca (en las cercanías de Lisboa).
Casi dos días han transcurrido desde la extraña y sangrienta contienda en la que mis hombres y yo nos vimos involucrados.

Tan pronto como se presentaron las primeras fuerzas británicas al aviso del soldado Tighe, una patrulla del 10º de Dragones Ligeros agregada al Cuerpo Preboste, el oficial al mando me ordenó (era un primer teniente) presentarme de inmediato para informar al Mando nada más conocer los pormenores del suceso.

Después de enviar un jinete en busca de auxilio para los heridos me asignó dos hombres con la misión de escoltarme  a Vila Franca. Me puse en marcha al punto aunque no antes de asegurarme de que el cabo Darragh se cuidase de que nadie dijese nada sobre el comportamiento irregular de los soldados Conlon y Dennehy.

Darragh, que gracias a Dios solamente había recibido heridas leves, me tranquilizó en ese sentido. No quise profundizar más pues mi padre, que antes que coronel fue soldado, siempre dice que cuanto menos sepa un oficial sobre los aconteceres de la tropa mucho mejor para el Ejército.
Una vez en Vila Franca fui conducido a una finca solariega, muy bien custodiada a juzgar por el despliegue de fuerzas y puestos de guardia, y que deduje debía ser la sede de nuestro Mando. Tras ser recibido por un capitán de los Coldstreams y ofrecérseme un ligero refrigerio para reponerme de la marcha, fui conducido ante un oficial portugués, un teniente coronel del regimiento de Peniche.

Para mi sorpresa se expresó en un correctísimo inglés, aunque con acento galés, y se presentó como mayor John William Waters, aunque al estar comisionado en el ejército portugués aumenta un grado su rango. Me preguntó acerca de los sucesos que ya he narrado y mostró vivo interés, al menos eso me pareció, cuando hablé sobre Emil Saiffer y al mencionar que habíamos capturado tres prisioneros.


Ante sus preguntas, y en orden a no dejar en evidencia a mis hombres, he acabado por arrogarme unos méritos que no me corresponden al asumir el papel principal en la resolución del conflicto a causa del cual me veo en este lugar. Confieso que no me siento orgulloso de lo que he hecho pero lo asumo en la medida que puede evitar la cárcel, o algo peor, a dos hombres que han sabido cumplir con su deber a pesar de todo.

Cuando pensé que la entrevista tocaba a su fin hizo su entrada un mayor británico (con las insignias de aide de camp) seguido de una figura alta cubierta de una sencilla levita de color azul, sin insignias ni condecoraciones.
Nunca le había visto antes pero la mirada fría, la nariz aquilina y la sola pose de su persona, me impulsó a dar un taconazo e inclinarme pues estaba seguro de encontrarme ante el general Wellesley.

El general (pues era él, en efecto) me invitó a cenar en su compañía y la del teniente coronel Waters y el mayor Campbell, su ayudante y héroe de Ahmednugger.

Durante la velada el general alabó mi comportamiento después de que Waters relatara la especie que yo mismo había pergeñado. Tuvo asimismo palabras de gran consideración hacia mi padre y dijo que si hubiera habido tres más como él en Norteamérica George Washington habría acabado sus días como un fugitivo más allá de los montes Allegheny.

Al cuestionárseme sobre la actuación de los hombres a mis órdenes pude decir, esta vez con toda honradez, que estuvo a la altura de la situación. Asimismo pude certificar algo que me pareció claro desde el principio y es que el teniente coronel Waters está dedicado a labores de Inteligencia y que iba a hacerse cargo de los prisioneros tan pronto llegaran. Por lo que se dijo después acerca de la habilidad de su personal a la hora de arrancar confesiones no pude evitar experimentar un punto de temor, involuntario desde luego, acerca de la suerte de los tres alemanes que habíamos retenido tras la refriega.

Más tarde, a la hora de retirarnos, el general me estrechó la mano y me deseó buena suerte, acto que interpreté como que muy pronto entraremos en combate.

                                                               ©Fernando J. Suárez

KARL SCHULMEISTER

El papel de los espías ha sido, con frecuencia, de capital importancia en la historia de los conflictos bélicos. Las Guerras Napoleónicas no fueron una excepción en ese sentido y produjeron un buen número de “guerreros de las sombras” que cosecharon desigual fortuna. Uno de ellos, tal vez el mejor de cualquiera de los bandos, fue Karl Schulmeister, conocido en el servicio secreto francés simplemente como Monsieur Charles.

Su lugar de nacimiento está sujeto a controversia pues algunas fuentes lo sitúan en Baden y otras en Alsacia en el año 1770.

Comerciante de tabaco (y contrabandista), que se movía con soltura en la frontera entre Francia y los estados alemanes, Schulmeister trabajaba ya en los primeros años de la década de 1800 para Austria y también para la Santa Alianza, el servicio de espionaje de los Estados Pontificios.

Reclutado a su vez por los franceses, parece que tuvo una participación decisiva en el secuestro del Duque de Enghien, a la sazón implicado en una conjura contra el Cónsul Bonaparte. El éxito de esta empresa hizo que se asignasen tareas más complejas y, en 1805, consiguió infiltrarse en las altas instancias militares austriacas merced a las informaciones que sobre el ejército francés suministró al jefe del Ejército Austrico, mariscal barón Von Lieberich.

Sus posteriores informes , suministrados directamente desde París, contribuyeron a las derrotas austriacas de Ulm (16-19 de Octubre de 1805),donde fue hecho prisionero el propio mariscal Von Lieberich; y Austerlitz (2 de Diciembre de 1805).

Nombrado general y recompensado con la Legión de Honor (aunque nunca le fue impuesta), Schulmeister se ocupó de la seguridad del mismísimo Napoleón durante el Congreso de Erfurt (Septiembre-Octubre de 1808). Desempeñó diversos cargos en la administración napoleónica, incluyendo la dirección del Servicio Secreto.

La caída de Napoleón significó la suya propia y tras varias vicisitudes para escapar de la venganza de los austriacos, en las que empeñó toda su fortuna, acabó sus días como vendedor de tabaco en Estrasburgo en 1852.

martes, 14 de junio de 2011

LIBRO II- Capítulo 23-2

Diario de Guerra del teniente Ian Talling (Entrada XXIII)-2ª
Trece de Junio del Año de Nuestro Señor de 1809. Alrededores de Lisboa.
…aún trataba de reponerme de la sorpresa cuando el teniente Saiffer, sin borrar su amplia sonrisa, me comunicó que mis hombres y yo mismo éramos sus prisioneros.
Pregunté, en vano, qué significaba aquello pero, por toda respuesta, mis dos hombres de guardia estaban desarmados y sus mosquetes en manos de sendos prisioneros mientras que el resto del destacamento, con sus armas todavía en pabellón, estaban encañonados por los jinetes de Saiffer.
Ya manifesté, al comenzar este diario, mi intención de ser lo más honesto y fiel a la realidad que pudiera. Por ello, no puedo por menos que consignar en estas líneas tanto el miedo que recorrió mi entero ser como la tremenda sensación se impotencia que me atenazaba: miedo porque no contaba con verme prisionero, una posibilidad que me desasosiega, e impotencia porque no fui capaz de reaccionar de ninguna manera, pareciendo que mi espíritu de iniciativa hubiera sido anulado por completo.
Tal vez mis hombres esperaban que ordenara resistir toda vez que solamente siete bocas de fuego nos apuntaban. Este dato puede parecer absurdo teniendo en cuenta que éramos solamente ocho pero no lo es si consideramos que ellos eran diecisiete, sin contar a Saiffer que, divertido, me explicó que eran soldados al servicio de Bonaparte y que cumplían una misión de vital importancia. No abundó en detalles pero la frialdad con la que hablaba pese a su tono afable y su semblante sonriente me produjo escalofríos.
Aquella sensación de angustia, empero, se desvaneció bruscamente de una forma que no hubiera imaginado bajo ninguna circunstancia: el seco estampido de un disparo derribó a uno de los jinetes.
Los gritos de Achtung! y Alarm! se dejaron oír aunque no ahogaron el ¡A ellos! lanzado por el cabo Darragh. Antes casi de que yo mismo reaccionara un segundo disparo alcanzó a Saiffer en el brazo izquierdo.
No puedo describir el tremendo caos que se apoderó del campamento, con hombres trabados unos con otros, caballos nerviosos relinchando y bufando y disparos aquí y allá. Solamente puedo decir, sin el menor asomo de pretender arrogarme un protagonismo que no he tenido, que al producirse el primer disparo, apliqué las enseñanzas recibidas antaño y me lancé a mi tienda en busca de mis armas.

Debo decir que el comportamiento de mis hombres fue ejemplar. Aún en inferioridad, y sin contar en un primer momento con sus armas, se lanzaron con decisión sobre el enemigo. Las bajas producidas por los disparos, aparte de Saiffer, herido, se habían concentrado en quienes portaban armas de modo que la lucha se estaba resolviendo en el cuerpo a cuerpo.
No bien hube cargado una de mis pistolas y aprestado el sable cuando uno de los falsos prisioneros entró en la tienda. Tuve tiempo de mirarle a los ojos antes de que, por puro instinto, lanzara un tajo de sable que prácticamente le abrió en dos la cabeza. Al salir pude ver cómo uno de los jinetes cargaba directamente sobre donde me encontraba.
No pensé (creo de haberlo hecho hubiera echado a correr) y alcé la pistola y disparé: recuerdo vivamente ver caer al hombre y cómo el soldado Gerald Mulcahy se arrojaba junto al cadáver y aprestaba su carabina Elliott para descargarla sobre un enemigo que trataba de montar en uno de los caballos que vagaban ahora sin dueño.  
No sabría decir cuanto duró la refriega pero sí que llegó a su punto culminante cuando aparecieron Conlon y Dennehy abatiendo a otros dos hombres con sus disparos. Parece ser que aquello fue demasiado pues se produjo una desbandada entre quienes aún se mantenían en pie.
En ese momento mi prioridad era capturar a Saiffer. Pude ver cómo trataba de escabullirse imposibilitado de combatir dada la herida que había recibido. Acompañado por el soldado Mulcahy, con el mosquete descargado y calada la bayoneta, corrí hacia donde se encontraba. En mi excitación olvidé uno de los consejos primigenios que todo cazador, y soldado, recibe a poco que se inicie en tales empresas y es que el enemigo herido es el más peligroso. Tal era el caso de Saiffer que, al vernos allegar, alzó  el brazo ileso y disparó la pistola que portaba.
Ignoro si quería alcanzarme a mí y falló porque era zurdo (como pude averiguar al verle disparar) o por pura caballerosidad eligió como blanco a Mulcahy pero lo cierto es que éste se detuvo en seco y cayó de espaldas con una bala en  mitad del pecho.
Y fue, precisamente, al detenerme para socorrer al herido cuando Saiffer echó a correr y saltó sobre Nutmeg lanzándose a todo galope y desapareciendo tras una copiosa polvareda.
Pude comprobar, empero,  por qué apodan Hawkeye[1] al soldado Conlon.
Dos de nuestros enemigos saltaron sobre uno de los caballos que vagaban privados de jinete y arrancaron en feroz galope. Con toda frialdad, Conlon acabó de cargar su arma, puso rodilla en tierra y disparó. Pareció como si el caballo hubiera sido alcanzado por un rayo pues brincó y cayó junto a sus jinetes. Al acercarnos pudimos comprobar que uno de ellos había muerto aplastado por el animal y el otro, aunque con varias fracturas aún vivía.
Aquel acto puso fin a aquél extraño y sangriento episodio. Por nuestra parte hubimos de lamentar tres muertos, los soldados Gerald Mulcahy, Tyrone Gaffey y Adam O’Malley. Resultaron heridos, además, el cabo Patrick Darragh y los soldados Rourke y O’Brian.
Con respecto a nuestros rivales contamos siete muertos, los cinco jinetes y dos de los falsos prisioneros, y pudimos retener aún a tres hombres más, dos de ellos heridos, y la totalidad de las armas. El resto huyó a pie o a lomos de tres de sus monturas, incluido Saiffer que lo hizo sobre Nutmeg. Nosotros  pudimos retener una, aparte la que abatió Conlon.
Dada nuestra situación resolví permanecer donde nos encontrábamos y enviar a un hombre a buscar ayuda en el caballo que habíamos capturado. Pensé que si nos poníamos en marcha en nuestro estado y con prisioneros (reales esta vez) que vigilar podríamos ser presa fácil tanto de los iracundos portugueses como de nuestros enemigos fugitivos. Puesto que el soldado Tighe sabía montar (al menos eso dijo) le envié con la orden expresa de no confiar en nadie que no llevara casaca roja. Luego organicé puestos de vigilancia y, dado el número de heridos, el soldado Dennehy y yo mismo cavamos las tumbas, una para cada uno de nuestros caídos, y una fosa para los demás.
Aún me quedaba un asunto que resolver y era el comportamiento de Conlon y de Dennehy. Sabía que si relataba los hechos tal y como sucedieron les podrían acusar de deserción y, a pesar de que su intervención nos salvó a todos de una muerte segura, eso no les habría librado de la cárcel o, en el peor de los casos, de ser enviados como guarnición a las insalubres islas de las Indias Occidentales o a los pútridos manglares de nuestros puestos en la costa de África.
Soy consciente de que he faltado a mi deber como oficial pero no quise saber si, en efecto, pretendían desertar o si habían ido a cazar, a aliviarse o si eran sodomitas.
No sería honrado si no mencionara que, una vez calmada la situación, vino a mi mente la certeza de que había matado a dos hombres. Y la visión del jinete tumbado boca arriba con los ojos abiertos y la del hombre que sacaron a rastras de mi tienda con la cabeza abierta me provocaron un temblor de piernas seguido de unas arcadas que no pude reprimir.
Ahora, a la espera de que lleguen socorros, termino el relato de la que ha sido mi primera experiencia en combate y se que, aunque lo intente, no podré dormir pues nada más cerrar los ojos estoy convencido de que se aparecerá la el rostro de Emil Saiffer con su burlona sonrisa.  





[1] Hawkeye=Ojo de halcón

miércoles, 8 de junio de 2011

GLOSARIO DE TÉRMINOS MILITARES (III)

Infantería de Línea: Tropas que formaban la línea de batalla propiamente dicha y hechas al orden cerrado.

Infantería Ligera: Al contrario de la anterior, tropas adiestradas para funciones más flexibles y altamente móviles.

Intendente: Oficial encargado de aprovisionamiento.

Lancero: Soldado de caballería ligera cuya arma principal es una lanza.

Legión: En el ejército francés, formación de tropas extranjeras adscrita a sus fuerzas.

Levée-En-Masse: Reclutamiento a gran escala llevado a cabo por la Francia Revolucionaria en 1793.

Mameluco: Miembro de la caballería de la Guardia Imperial francesa reclutado, originalmente, en Egipto durante la campaña homónima.

Marine: Soldado de infantería adscrito a la Marina de Guerra.

Mariscal: En el ejército francés grado honorífico, pero no empleo, de un alto jefe; en el ejército británico, máximo empleo militar (equivalente a capitán general); en el ejército español, equivalente a general de división.

Minador: Soldado entrenado para cavar túneles durante los asedios.

Mosquete: Arma de ánima lisa, básica de la infantería de línea.

Pontonero: Soldado especializado en la construcción de puentes y de vados artificiales.

Regimiento: Unidad básica de reclutamiento e instrucción. Consta de varios batallones, siendo uno de ellos de depósito (para la recluta y formación) y el resto de combate. En el ejército británico, más pequeño que los del Continente, eran usuales regimientos de un solo batallón.

Tirailleur: En el ejército francés escaramuceador o tirador selecto.

Tren: Término que designa los vehículos de bagajes de una formación militar en marcha.

Ulano: Voz centroeuropea, equivalente a lancero.

Voltigeur: En francés saltador, soldado de infantería ligera, escaramuceador.

Zapador: Soldado equipado y entrenado para erigir defensas y obras de asedio.

lunes, 6 de junio de 2011

LIBRO II

El teniente Talling ha entrado por fin en acción aunque de un modo totalmente inesperado.
Sin embargo su gran momento está por llegar. La prueba suprema que aguarda a quienes han hecho de la guerra su oficio.
Falta poco para que el ejército al mando del general Wellesley se ponga en marcha hacia España para dar batalla allí a los franceses. Se acerca la hora de la prueba decisiva.
Si te ha gustado “La llamada de las banderas” sigue al teniente Talling en su búsqueda de la gloria en “Un vulgar soldado” (Libro II).