Diario de Guerra del teniente Ian Talling (Entrada XXV)
Dieciocho de Junio del Año de Nuestro Señor de 1809. Abrantes.
Hace unas pocas horas que he acabado de relatar por mis propios labios mis recientes experiencias a la que posiblemente haya sido la mayor concentración de oficiales que se ha congregado jamás a mi alrededor.
Prácticamente todos mis conmilitones del II/87 oían mi narración sobre los falsos prisioneros que se saldó, no puedo olvidarlo, con tres de los hombres bajo mis órdenes muertos.
He podido experimentar eso, tan buscado por muchos y alcanzado por muy pocos, que se da en llamar la gloria:
Las felicitaciones y los hurras procedentes no tanto de quienes me ofrecieron su amistad desde mi llegada, como de aquellos que me recibieron con frialdad y desdén y que ahora alardean de pertenecer al mismo regimiento del joven Talling…
Hay, sin embargo, quien no ha variado un ápice su actitud hacia mi ser. Me refiero al teniente Roland Addams, de la cuarta compañía, cuya mirada fría y su silencio me hace recordar que su hostilidad no ha disminuido sino que, por el contrario, ha aumentado si cabe. Parece evidente que su ambición de servir en la compañía ligera corre pareja al rencor que le inspira el hecho de que un recién llegado, ayudado de poderosas influencias no lo voy a negar, haya accedido a un puesto tan codiciado.
Más desagradable me ha resultado, empero, el ofrecimiento de mis disculpas al mayor Gough por haber permitido que me robaran a Nutmeg. Sobra decir que una de mis primeras providencias nada más regresar a Abrantes ha sido cederle la montura que el general Wellesley me ofreciera en Vila Franca. El mayor ha sido muy gentil pese a que Nutmeg era un animal muy superior al que le he ofrecido. Creo que el hecho de que los hombres cumplieran con su deber ha influido positivamente en su humor.
A este respecto debo consignar que han regresado conmigo el cabo Darragh y los soldados Conlon, Dennehy y Tighe, siendo trasladados Devlin Rourke y Eamon O’Brian a un hospital militar en Lisboa. Muchas imágenes de dolor he debido presenciar entre la tropa pues los caídos contaban con no pocos amigos. El padre Fennessy ha improvisado un responso en su memoria y se han subastado sus efectos personales para recaudar algún dinero para sus familias. No es preciso decir que las pujas han sido altas a pesar del escaso monto de los artículos.
Ahora no me queda más que prepararme para regresar a la rutina diaria de la instrucción, las guardias y los ratos de asueto, sin olvidar las clases de español con el teniente Tarín. Sin embargo, y en previsión de futuros incidentes, me he decidido por adquirir una montura propia. En los próximos días dedicaré parte de mi tiempo a examinar los animales disponibles y espero adquirir uno razonablemente bueno a un precio acorde.
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