domingo, 9 de junio de 2013

LIBRO IV - Capítulo VI


Diez de Octubre de 1809 (Anno Domini). Al ancla frente a Casamance

Nunca hubiera imaginado que iba a ver tantos barcos en un puerto tan pequeño como este.

Gracias a Figgis, que nos ha explicado a Messervy y a mí en qué lugar nos encontramos, he podido comprender cómo tantos bergantines, goletas o balandras con bandera francesa, yanqui, danesa, holandesa, sueca, portuguesa, española, turca ¡y hasta británica! sin perjuicio de que sus respectivos países estén en guerra unos contra otros, estén amarrados juntos. Incluso hemos podido ver jabeques y dhows con los pabellones de los estados de Berbería.

Pero, si bien en el mar muchos de estos navíos habrían de rehuirse o combatir entre ellos si se adscribieran sus capitanes a la lealtad debida al pabellón que lucen sus barcos, ninguna hostilidad se respira en este fondeadero. Más bien cada barco ocupa su lugar en el puerto o, por riguroso turno de llegada, en espera de poder arribar.

Según Barlow, que nos interrumpió con una de sus morbosas chanzas, la captura de la isla de Gorée a los franceses, el mayor centro de distribución de esclavos de esta zona, ha hecho que contratistas y cazadores se trasladasen más al sur y al continente propiamente dicho.

Por lo demás, el negocio sigue siendo tan floreciente que pasa por encima de la guerra misma y de las rivalidades entre estados. Cuán extraño resulta ver la bandera que defendí en Talavera ondeando en alguno de estos barcos, verdaderas prisiones flotantes, que esperan su cargamento. Viendo el número de embarcaciones parece difícil de creer que quede aún un africano que no sea esclavo mas, según parece, el tráfico es incesante y el dinero fluye como el agua en los ríos de Erin.

No me ha pasado desapercibida la reacción de Partridge cuando pudo verse la bandera tricolor tremolando perezosamente por la cálida brisa. Hubiera jurado que, de haber podido, hubiera cargado, apuntado y disparado él mismo todos los cañones de a bordo con tal de abatir cualquier barco que portase la enseña.

Al parecer no desembarcaremos inmediatamente. Por el contrario mañana remontaremos el río llamado también Casamance hacia el interior, hacia un lugar llamado Ziguinchor.

La noche, húmeda y calurosa como parece serlo todo en estas latitudes, se va extendiendo y a nuestras incomodidades han de sumarse legiones de mosquitos que hacen aún más penoso conciliar el poco sueño de que podemos disfrutar. Aún asomado a la escota puede verse  el sol poniéndose y el horizonte bañado en una miscelánea de tonalidades rojizas y anaranjadas que, pese a todo y a la situación en que me hallo, compone innegablemente un hermoso espectáculo.



Y así, aunque martirizado por el calor y los mosquitos, puedo ver cómo una bandada de pelícanos vuela hacia el horizonte, como si quisiera seguir al sol en su ocaso mientras, en la lejanía, un largo y prolongado lamento se deja oír, recordando a los hijos del Islam que es hora de rezo y que estamos en tierra de paganos.     

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