Diario de Guerra del teniente Ian Talling (Entrada VIII)
Quince de Mayo del Año de Nuestro Señor de 1809. Lisboa.
Una semana ha transcurrido desde que arribara a esta plaza y no puedo decir que esté disfrutando de la estancia, al menos hasta el momento en que escribo estas líneas.
Hemos sabido que la fuerza punitiva que, al mando del general Beresford, había salido para hostigar a fuerzas enemigas en retirada se encuentra de regreso a tres días de marcha de esta ciudad. No puedo ocultar mi entusiasmo pues de esa fuerza forma parte el II/87 con lo que, presumo, mis días de abulia y de molicie habrán terminado.
Con respecto a las operaciones del general Wellesley en la zona de Oporto solamente nos llegan fragmentos de noticias que han de ser tomadas con prudencia pues es sabido que Lisboa está llena de agentes de Bonaparte que lo mismo espían a nuestras fuerzas que difunden falsas informaciones con el fin de minar nuestra causa.
En ese sentido se ha prohibido expresamente que hombres de cualquier graduación caminen solos por según qué barrios de la ciudad en las horas nocturnas. No es cuestión baladí pues dos semanas atrás un capitán de la artillería de la Legión Alemana del Rey (KGL) fue apuñalado en un callejón. No sabemos si fue por un motivo puramente personal, si se debió a elementos que desean poner fin a la guerra al precio que sea o si fue obra de conjurados bonapartistas pero la cuestión estriba en que Lisboa, pese a la belleza de sus monumentos y a que, sobre el papel, es territorio amigo, no es una ciudad segura para los soldados británicos.
Resulta desolador ver entre la pléyade de uniformes que campan por calles y avenidas que abundan los de unidades portuguesas. En un gran puerto como lo es este es fácil ver a hombres de mar de diversos países: británicos, portugueses (es obvio), españoles… y, dadas las circunstancias, soldados de varios ejércitos: desde nuestros casacas rojas hasta el blanco de regimientos españoles cuyos restos se han refugiado en Portugal para continuar la lucha.
Y es desolador, digo, pensar que hay quien fía la independencia de su patria a la sangre de soldados extranjeros. En mis paseos he podido ver los colores de los seis batallones de infantería ligera portuguesa (Caçadores) en profusión así como los de no menos de diez regimientos de la Milicia y de cuatro brigadas de la Ordenança, que es la última reserva de fuerzas, por no hablar de los regimientos y batallones de voluntarios de esta y de otras ciudades. He calculado que si todos los hombres útiles que lucen sus uniformes por la ciudad fueran sacados de su cómoda, y al parecer errabunda existencia, y encuadrados podríamos formar dos o tres regimientos con dos batallones cada uno. Me irrita pensar que hay tropas británicas empeñadas en expulsar a los franceses de Oporto cuando se ven por aquí a tantos portugueses de uniforme cuyos únicos deberes son, al parecer, presumir ante las damas e impresionar a los niños.
Sin embargo, pese a los hombres que no quieren luchar, pese a la traición o a la apatía, la belleza de Lisboa me subyuga. Ignoro a qué ha de deberse pero creo que un pueblo que ha levantado el monumental Aqueduto das Águas Livres, la Basílica da Estrela, el Castelo de Sao Jorge o el Mosteiro dos Jerónimos merece algo mejor que estar sometido a un emperador megalómano.
© Fernando J. Suárez de Miguel
Vamos perro ladrador poco mordedor, a estos portugueses parece que no les gustaba empolvar sus lucidos trajes de guerra sin darse cuenta que fueron fabricados para ello.
ResponderEliminarUn saludo.
Gracias.En realidad, y para mayor escarnio, lo mismo hubo de verse en Cádiz con los Voluntarios Distinguidos, exentos de servir fuera de los muros de la ciudad.
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