Diario de Guerra del teniente Ian Talling (Entrada XXII)
Once de Junio del Año de Nuestro Señor de 1809. En ruta a Lisboa.
Apenas hemos hecho un alto aprovecho para consignar los hechos que me acontecen y que, sin duda, suponen una novedad respecto a la instrucción.
Anoche recibí la orden de presentarme ante el mayor Gough. Encontré que se hallaba en compañía del capitán Edwards y me dispuse a recibir la que sería mi primera orden de campaña.
Pocas horas antes había llegado al campamento un teniente y cinco soldados del 3º de Dragones Ligeros de la Legión Alemana del Rey (a pesar de la nomenclatura es un regimiento de húsares) custodiando a doce prisioneros. Tenían órdenes de trasladarlos a Lisboa, donde se encuentran el general Wellesley y su estado mayor, para ser interrogados y se me ha encomendado la tarea de seleccionar un destacamento y reforzar la escolta, bastante exigua, de los cautivos.
No puedo disimular mi entusiasmo pues es la primera ocasión que se me presenta de ver de cerca a un francés y, y no menos importante, la distinción que supone ser el elegido, entre todos los oficiales que hay en este campo, para este cometido.
Mayor problema fue elegir a los hombres que formarían el destacamento. Confieso que me hubiera encantado contar con el sargento Redding pero el capitán Edwards dejó muy claro que no podía prescindir de ningún sargento durante la instrucción. Así pues, requerí al cabo Patrick “Paddy” Darragh para que me asesorase en la elección habida cuenta de que es hombre sereno y eficiente. Darragh me sugirió los nombres que, sin objeción por mi parte, conforman la escolta junto a él mismo y quien esto escribe:
-Gerald “Jerry” Mulcahy,
-Seamus Dennehy,
-Tristan “Hawkeye” Conlon
-Andrew Seamus Tighe
-Devlin Rourke
-Tyrone Gaffey
-Eamon O’Brian
-Adam O’Malley
Como un servidor y el oficial del destacamento alemán tenemos la misma graduación será el segundo teniente Emil Saiffer quien ostente el mando general dado que su antigüedad es mayor que la mía.
Tras efectuar los trámites de rigor y disponer el equipo me retiré a descansar pues partiríamos al amanecer. Apenas si pude conciliar el sueño ante la perspectiva de desempeñar una misión por humilde que pudiera parecer.
Ya que es privilegio de oficial marchar a caballo, el mayor Gough me ha prestado su yegua en espera de que adquiera mi propia montura. La yegua, de nombre Nutmeg, es un soberbio ejemplar español de tres años dócil y rápido.
La disposición para la marcha consiste en dos de los jinetes de Saiffer como avanzada, Saiffer y yo mismo, el cabo Darragh y tres hombres, el grupo de prisioneros, el resto de mi tropa y las mulas de bagaje y los otros tres jinetes alemanes cerrando la marcha y guardando los flancos.
No puedo evitar describir la emoción que siento aunque me ha decepcionado el hecho de que ninguno de los prisioneros es francés, es decir, son alemanes aliados de Napoleón. En concreto proceden de Hesse-Darmstadt y forman parte del regimiento Gross und Erbprinz.
Es sorprendente que estos hombres hayan venido desde tan lejos a defender una causa tan aparentemente innoble como la de Napoleón en su empeño por sojuzgar Europa. Y, frente a ellos, están otros hombres que vienen del mismo sitio y que luchan por todo lo contrario. Tal es la circunstancia del teniente Saiffer, que es la misma de todos los componentes de la Legión Alemana del Rey (KGL).
Y aunque originalmente los componentes de la KGL eran mayoritariamente de Hannover (al igual que el linaje de SM Jorge III) no son pocos los naturales de otros estados que se han unido a la misma. Tal es el caso de Saiffer, originario de Baden, que se alistó para combatir la tiranía de Bonaparte y, adicionalmente, para conocer un poco de mundo.
Curiosa guerra esta, en la que nuestros prisioneros no hablan francés y en la que nuestros alemanes no hablan inglés, excepción hecha del propio Saiffer, que lo habla con gran fluidez.
Pronto reanudaremos la marcha, pues es deseable llegar a Lisboa mañana al caer la tarde. Si hubiéramos dispuesto de transporte hubiera sido más sencillo pero dadas las circunstancias no ha sido posible acceder ni a una sola carreta.
Aunque me siento dichoso y confiado no puedo evitar la impresión que me producen los prisioneros. El verles arrastrando los pies y caminando calladamente hacia el cautiverio, tan lejos de sus hogares y de sus familias, me hace sentir una punzada en lo más profundo de mi alma y verme a mí mismo, aunque sea solamente por un momento, languideciendo en alguna prisión francesa.
©Fernando J. Suárez
No hay comentarios:
Publicar un comentario