domingo, 13 de febrero de 2011

Ian Talling. LIBRO I - Capítulo 2

(Escucha esta canción marinera irlandesa mientras lees)


DIARIO DE LA GUERRA DE LA PENÍNSULA



Segundo Teniente Ian Talling. 87ºRgto. (del Príncipe de Gales) Irlandés de Infantería.

Veintitrés de Abril del Año de Nuestro Señor de 1809.

Cinco días han transcurrido desde que zarpara de Belfast con rumbo a la Península para unirme a mi regimiento.

El segundo batallón del 87º llegó a Portugal el mes pasado. Ignoro dónde se encontrará cuando quiera Dios que arribemos. Solamente confío en que no entre en acción antes de que pueda incorporarme.

La nave en la que viajo es la HMS Thebes, una soberbia fragata de treinta y dos cañones de la [escuadra] Blanca que lleva despachos para el Ejército expedicionario. He sido realmente afortunado de poder ser admitido en la misma para realizar la travesía pues, de lo contrario, muy posiblemente hubiera debido aguardar a que se organizase un nuevo convoy que transportase hombres y suministros a Portugal. Ello hubiese significado una forzosa espera de varias semanas, quizás incluso meses, que, a buen seguro, habría hecho imposible que me presentara en mi puesto a tiempo. Parece que es la Voluntad de Dios que acuda con presteza a ocupar mi lugar bajo las banderas.

La Thebes es una de tantas naves que, bien en flotillas bien en solitario, navegan por todos los mares y océanos del mundo garantizando la inviolabilidad de nuestras rutas a la par que arruinan el comercio francés y capturan o hunden sus barcos. No es hasta que uno puede ver con sus propios ojos cómo se desempeñan nuestros marinos que no le da a la Armada el valor y la importancia que realmente merecen. De no ser por estos hombres, y quienes les precedieron, hace ya mucho tiempo que la Gran Bretaña no sería más que un par de islas arruinadas y ocupadas quien sabe si por los españoles, los holandeses, los franceses o todos a un tiempo.

Aparte de mí se encuentran a bordo, en calidad de pasajeros, dos suboficiales del 87: el sargento mayor Reginald "Red" Redding, de Dublín, un maduro veterano del primer batallón que se ha reenganchado al servicio para, según sus propias palabras, "ponerse a salvo de su mujer bajo las balas de los franceses"; y el sargento Nicholas Carpenter, de Armagh, más joven que Redding pero con una amplia experiencia militar debida a un prolongado servicio en la India y en Egipto en el 88 Regimiento Irlandés, los célebres Rangers de Connaught.

Afortunadamente he podido acostumbrarme al tremendo y constante movimiento de a bordo, a la permanente sensación de inestabilidad y al permanente crujir de las cuadernas. El mareo, que ha sido mi inseparable compañero desde la partida, parece haber ido remitiendo toda vez que he logrado habituarme a la vida en el barco.

Dada mi condición de pasajero, y de oficial, estoy exento de realizar ningún trabajo y comparto las veladas con la oficialidad de a bordo en la cabina del capitán, el honorable Andrew Cunningham cuya amabilidad y consideración hacia mi persona merecen mi eterna gratitud. Los relatos de terribles combates en el mar que oigo, narrados con gran riqueza de detalles por sus protagonistas, me han hecho recordar las palabras de mi padre cuando nos aleccionaba a mis hermanos y a mí sobre los rigores de la vida militar. Imagino que ha de deberse a que aún no he participado en ninguna acción de guerra por lo que confío en que no supondrá ninguna inconveniencia llegado el momento.

Trato de llenar la mayor parte de mi tiempo adquiriendo conocimientos de soldados duchos con vistas, obviamente, a mi bautismo de fuego. En ese sentido ha sido una verdadera suerte tener por compañeros de singladura a los ya mencionados sargentos Redding y Carpenter y al primer teniente de los Royal Marines Henry Hobbarth.

El teniente Hobbarth pone mucho énfasis en la forma particular que tienen los marines de combatir pues es sabido que la base del mismo es la de la pareja de hombres que lucha codo con codo. Es un sistema muy eficaz en el combate cerrado pues permite una gran libertad de acción aspecto este que, en el caso de hombres experimentados, permite lograr elevadas cotas de eficiencia toda vez que hace casi innecesaria la presencia de oficiales y suboficiales que impartan órdenes y marquen objetivos. Al oír al teniente no puedo evitar pensar en mi hermano Patrick. En su última carta nos informaba de que se encontraba en Jamaica por necesidad de reparaciones del barco en el que actualmente sirve. Reconozco que daría cualquier cosa por abrazarle de nuevo.

Por su parte los sargentos se esfuerzan por instruirme en el uso del mosquete pues, y es un aspecto en el que ambos han coincidido, insisten en que los oficiales han de saber manejarse con el arma larga y no confiarse al sable, que consideran más un símbolo de mando que un instrumento bélico, amén de un reclamo para los tiradores enemigos. Ponen como ejemplo a los oficiales de fusileros: expertos en el manejo del fusil Baker, un arma complicada donde las haya pero que resulta letal en sus manos; y que en campaña adoptan las trazas de sus hombres y pueden pasar como simples soldados evitándose así convertirse en blancos preferentes al grito, que tantas veces oyera mi padre en Norteamérica de “Disparen al Oro” *.

En este sentido el teniente Hobbarth me ha confiado cuan acertados son los consejos de los sargentos y no ha tenido inconveniente en mostrarme la panoplia de armas que emplea en acción: un sable corto, un buen par de pistolas, un puñal y un mosquete Brown Bess. Parece que en la guerra moderna el oficial habrá de ser tan experto en las maniobras de campo como certero con el arma larga. Tal y como sentencia el sargento Redding:


"Oficial te llamarán por lucir tu galón
mas soldado no serás
si no aciertas a un botón"

[*] Eufemismo empleado por los milicianos rebeldes norteamericanos y que significa tomar a los oficiales [británicos] como blanco preferente dada su propensión al lujo en los uniformes. 

Fernando J. Suárez de Miguel ©

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