viernes, 22 de julio de 2011

LIBRO II-Capítulo 27

Diario de Guerra del teniente Ian Talling (Entrada XXVII)

Veintidós de Junio del Año de Nuestro Señor de 1809. Abrantes

No hay descanso desde la llegada del general Wellesley.

Los hombres están agotados a fuerza de horas de instrucción, revistas y guardias que se suceden sin pausa. Aunque pueda parecer desmoralizante no lo es en absoluto. De hecho mi padre siempre ha dicho que una pinta de sudor ahorra un galón de sangre.

Me refiero, lógicamente, a la tropa que es la que lleva el peso de todo el Ejército sobre sus espaldas aunque los oficiales no estamos exentos en modo alguno del rigor por el que es bien conocido nuestro comandante en jefe.

La concentración de fuerzas crece por momentos. Batallones procedentes de las ahora seguras provincias del norte y otros, directamente desembarcados en Lisboa procedentes de la patria, van llegando poco a poco. Los trenes de suministro copan prácticamente todos los accesos a Abrantes y las patrullas del Cuerpo Preboste parecen multiplicarse para evitar tanto los saqueos por parte de los portugueses (y de nuestros propios hombres) como las deserciones.

A media tarde el mayor Gough convocó a todos los oficiales del II/87 después de que el general McKenzie se hubiera reunido con los jefes de batallón de la división.

Gough nos hizo saber que la opinión general sobre la división es bastante mala, tanto que ya nos llaman la División de Combate (Fighting Division) y no precisamente en términos laudatorios sino todo lo contrario. Parece, pues, que nos tienen en tan escasa consideración como para prescindir de todos nosotros empleándonos en acciones desesperadas o como pura y simple carne de cañón. 

Lógicamente no ha gustado demasiado la impresión que causamos y el mayor nos ha exigido el mayor espíritu de lucha y de sacrificio para lavar esa mala imagen.

No han faltado, obviamente, los comentarios sobre el apodo que nos han endilgado y ha habido quien, inclusive, ha demandado conocer el nombre del propalador del epíteto y exigirle una satisfacción. Gough, sin embargo, ha atajado el asunto diciendo que de nosotros depende el comportamiento de nuestros hombres y, por añadidura, la fama real o inmerecida de la unidad.



Realmente no es fácil servir en una fuerza que nace marcada para mal. La exigencia se eleva sobremanera y los actos de valor y heroísmo son calculados sobre una base distinta a la de cualquier otra unidad. Parece como si tuviéramos que redimirnos antes incluso de haber pecado pero, a decir de los veteranos (y recordando también a mi padre), no es cosa excepcional sino corriente el prejuzgar a una unidad antes de que ésta pueda desempeñarse en combate.

Pese a todo es mi opinión que no somos, de partida, una división tan deplorable. Contamos con buen número de veteranos en los distintos batallones y la adición de cinco compañías de fusileros del V/60 (este batallón está equipado con fusiles Baker) nos proporciona una muy respetable capacidad de precisión en el fuego.

Y la jornada, que presumía se consumiría con una clase de español amenizada con una botella de brandy con la inevitable, aunque bienvenida, presencia del padre Fennessy si hubiere licor de por medio concluyó con una visita inesperada.

Enfundado en su uniforme portugués y con su característico aspecto, más cercano a un meridional que al que se presupone en su Gales natal, el teniente coronel Waters me narró, pues creía de justicia el hacerlo, las nuevas acerca de mi reciente aventura.

Al parecer los prisioneros que quedaron en nuestro poder confesaron  que su plan consistía, nada menos, que en asesinar al general Wellesley y al mayor número posible de miembros de su estado mayor. El organizador del mismo no era otro que Emil (o Émile) Saiffer, un personaje excepcional que bien merece varias líneas.

Más arriba he escrito su nombre en alemán y en francés ya que es hijo de alemán y francesa y no procede de Baden sino de un pueblo fronterizo de Alsacia, de modo que emplea indistintamente uno u otro.

Pese a su edad no es teniente, tal y como se presentó, sino chef d’escadron  del 1er Regimiento de Húsares, veterano de Ulm, Austerlitz (donde fue galardonado con un Sable de Honor) Jena y Friedland (aquí fue herido dos veces negándose a ser evacuado).

Es, en suma, un hombre muy audaz, como lo certifica el hecho de presentarse en medio de nuestro Ejército en Abrantes y con un uniforme que no era el suyo (de haber sido descubierto se le habría ejecutado por espía). Y, asimismo, es un enemigo tremendamente peligroso pues su historial de guerra no deja lugar a dudas (aunque yo puedo afirmarlo sin recurrir a aquél).

Lo que los “especialistas” de Waters no han logrado ha sido, empero, arrancar de los prisioneros  es si Saiffer actuaba por propia iniciativa o por órdenes del propio Bonaparte; de su hermano Giuseppe (José), el rey de España; o del mariscal Victor. Sea como fuere todo indica que esta guerra no va a ser como cualesquiera otras anteriores y que habremos de estar preparados para lo que sea.

                                                               © Fernando J. Suárez 

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