viernes, 20 de abril de 2012

LIBRO II - Capítulo 45 (VII)



Dos de Agosto de 1809 (Anno Domini). Talavera

A mediodía, cuando el calor era acaso más intenso, reanudaron los franceses el fuego.

Tercamente volvieron a lanzarse al asalto del Medellín, esta vez por el sector de la brigada Löw, a cuya retaguardia nos situábamos. Pero ahora Löw estaba apoyado, en su flanco derecho, por la brigada Langwerth (I y II/KGL) de modo que esta vez ni siquiera pudimos empeñarnos estando como nos hallábamos en reserva. Podíamos oír las descargas, cuatro por minuto, lo que delataba que los alemanes estaban bien instruidos y que los intentos enemigos de romper sus líneas se estrellaban contra una andanada tras otra.

Y en aquella posición hubimos de mantenernos en lo que restó de jornada. Se siguió combatiendo, y muy duramente, pero nuestra brigada no se vio afectada aunque, en honor a la verdad, el mantener nuestra posición fue un amargo deber por cuento un fortuito incendio, declarado a media tarde, se extendió por el reseco campo matando de modo horrible a buen número de hombres, de ambos bandos, cuyas heridas les impedían moverse. Nunca olvidaré los desgarradores gritos, audibles incluso en el estruendo del combate.

  Seguíamos sobre las armas al despuntar el día Veintinueve pero lo cierto es que los franceses no trataron de volver a atacar y nosotros, y los españoles, tampoco estábamos en condiciones de nada semejante. Sin embargo, un clamor recorrió nuestras líneas cuando, el mismo día Veintinueve, se nos anunció que el enemigo se retiraba dejándonos dueños del campo. Y, como refuerzo de la moral, arribaba al campo la Brigada Ligera del general Craufurd, tarde para el combate pero bienvenida pues paliaba en algo las bajas sufridas.

Así acabó mi primera batalla de la que, Gracias a Dios, salí vivo y entero a pesar de todo. No pude menos que entornar los ojos y elevar una plegaria a los Cielos tanto por salir con bien como por los hombres que habían muerto, en especial por el teniente Laherty).

Habíamos sufrido mucho. Fuimos quizás la división que más bajas sufrió, entre ellas la de nuestro propio jefe el general McKenzie.

Y siempre recordaré el que, hasta ahora, ha sido el mayor elogio que he recibido jamás. El general Wellesley, cabalgando junto a su estado mayor, pasó junto al II/87 que, prestamente formó presentando armas. 

Cadenciosamente recorrió la exigua línea y, llegado frente a mi posición, dijo.

-Teniente Talling, parece usted un vulgar soldado.

Así debía ser pues tiznado y sucio como estaba, destocado y con el mosquete aún atravesado a mi espalda, mi aspecto se asemejaba más al de un soldado que al de un oficial. Un vulgar soldado, ni más ni menos, así que respondí sencillamente.

-Sí, señor. Gracias, señor


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