martes, 13 de marzo de 2012

LIBRO II - Capítulo 45 (I)



Dos de Agosto de 1809 (Anno Domini). Talavera

Hoy puedo proseguir este diario después de la que ha sido mi primera batalla.

Han pasado varios días desde que plasmara mis últimas impresiones pero, al fin, hoy me encuentro en condiciones de cambiar el mosquete por el lápiz para legar a quienes vengan tras mis pasos todo cuanto he visto y sentido.

Espero poder recordar todos los recientes acontecimientos aunque, con franqueza, diré que no pocos momentos se me antojan como una ensoñación por cuanto aún me siento dominado por la excitación.

Así pues, ordenando tanto como me es posible mis vivencias, relato a continuación los hechos tal y como los recuerdo.

Amaneció el día Veintisiete de Julio sin que las patrullas de la Brigada Anson anunciaran presencia enemiga en las proximidades. De tal suerte, el ejército español inició su repliegue hacia el oeste por el puente del Camino Real.

Verdaderamente la decisión del general Cuesta de permitir descansar a sus hombres la noche anterior se demostró acertada pues su tropa pudo retirarse en buen orden hacia la posición que los generales habían elegido para plantear batalla.

A mediodía, con los españoles ya al otro lado del Alberche, anunciaron las patrullas que habían avistado caballería enemiga. El general Wellesley, que se había trasladado a la Casa de Salinas, ordenó que la Primera división se replegase a su vez quedando nosotros, la Tercera división, y la brigada de caballería como cobertura de retaguardia. Así, la Primera División cruzó el Alberche por el sur, por el puente, mientras que nosotros y la caballería repasaríamos el río por el vado llamado de Cazalegas y nos situaríamos al otro lado del mismo para luego proceder a nuestro repliegue escalonado.

Tal como se nos ordenó, la Tercera división cruzó por Cazalegas y tomó posiciones frente al mismo: la brigada Donkin( II/87, I/88, cías V/60) a la izquierda; la brigada McKenzie (II/24, II/31, I/45) a la derecha.

 El terreno, monte bajo boscoso, dificultaba tanto las maniobras como la visibilidad, hasta el punto de que la brigada de caballería se situó a nuestra retaguardia dada la inutilidad de su misión de exploradores en semejante campo. El general Donkin, dada la naturaleza del terreno y la aparente lejanía del ejército enemigo, ordenó descanso a discreción en las acogedoras sombras de los árboles.

  Antes de cruzar, y en orden a dificultar lo más posible al enemigo, nuestros hombres prendieron fuego a las cabañas que nos sirviera de alojamiento las noches precedentes. El incendio, cuya humareda se extendió hacia el oeste, nos ocultó de las patrullas enemigas pero, y creo que nadie calibró esta posibilidad, ese mismo humo ocultó a una potente fuerza enemiga que, de este modo, pudo cruzar por Cazalegas y desplegarse por entre la arboleda.

Una descarga cerrada, y redobles de tambor que anunciaban el terrible pas de charge, nos anunció lo impensable: la infantería francesa cargaba directamente sobre nuestra brigada… 

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