Dos de Agosto de 1809 (Anno Domini). Talavera
A mediodía, cuando el
calor era acaso más intenso, reanudaron los franceses el fuego.
Tercamente volvieron a
lanzarse al asalto del Medellín, esta vez por el sector de la brigada Löw, a
cuya retaguardia nos situábamos. Pero ahora Löw estaba apoyado, en su flanco derecho,
por la brigada Langwerth (I y II/KGL) de modo que esta vez ni siquiera pudimos
empeñarnos estando como nos hallábamos en reserva. Podíamos oír las descargas,
cuatro por minuto, lo que delataba que los alemanes estaban bien instruidos y
que los intentos enemigos de romper sus líneas se estrellaban contra una
andanada tras otra.
Y en aquella posición
hubimos de mantenernos en lo que restó de jornada. Se siguió combatiendo, y muy
duramente, pero nuestra brigada no se vio afectada aunque, en honor a la verdad,
el mantener nuestra posición fue un amargo deber por cuento un fortuito
incendio, declarado a media tarde, se extendió por el reseco campo matando de
modo horrible a buen número de hombres, de ambos bandos, cuyas heridas les
impedían moverse. Nunca olvidaré los desgarradores gritos, audibles incluso en
el estruendo del combate.
Seguíamos sobre las armas al despuntar el día
Veintinueve pero lo cierto es que los franceses no trataron de volver a atacar
y nosotros, y los españoles, tampoco estábamos en condiciones de nada
semejante. Sin embargo, un clamor recorrió nuestras líneas cuando, el mismo día
Veintinueve, se nos anunció que el enemigo se retiraba dejándonos dueños del
campo. Y, como refuerzo de la moral, arribaba al campo la Brigada Ligera del general
Craufurd, tarde para el combate pero bienvenida pues paliaba en algo las bajas
sufridas.
Así acabó mi primera
batalla de la que, Gracias a Dios, salí vivo y entero a pesar de todo. No pude
menos que entornar los ojos y elevar una plegaria a los Cielos tanto por salir
con bien como por los hombres que habían muerto, en especial por el teniente
Laherty).
Habíamos sufrido mucho.
Fuimos quizás la división que más bajas sufrió, entre ellas la de nuestro
propio jefe el general McKenzie.
Y siempre recordaré el
que, hasta ahora, ha sido el mayor elogio que he recibido jamás. El general
Wellesley, cabalgando junto a su estado mayor, pasó junto al II/87 que,
prestamente formó presentando armas.
Cadenciosamente recorrió la exigua línea y,
llegado frente a mi posición, dijo.
-Teniente Talling, parece
usted un vulgar soldado.
Así debía ser pues tiznado
y sucio como estaba, destocado y con el mosquete aún atravesado a mi espalda,
mi aspecto se asemejaba más al de un soldado que al de un oficial. Un vulgar
soldado, ni más ni menos, así que respondí sencillamente.
-Sí, señor. Gracias, señor
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