Dieciocho
de Julio del Año de Nuestro Señor de 1809. En ruta por España
Ayer
finalizaron nuestros días de descanso en Plasencia. Todo el ejército se mueve
de nuevo, como una gigantesca serpiente de color escarlata que se arrastrara
pesadamente por el polvo de los caminos españoles.
Debo
decir que resulta doloso volver a la realidad de la guerra después de gozar de
las atenciones que se suelen dispensar a los héroes. Y aún a pesar de que me
esfuerzo en recordar los consejos de mi padre, en el sentido de que no debo
dejarme impresionar por el esplendor de la falsa abulia de la retaguardia, es
innegable que he experimentado una tremenda satisfacción al gozar de las
atenciones de los placentinos.
Es,
en todo caso, un tremendo error contagiarse del deslumbrante espectáculo de un
joven apuesto y no mal parecido enfundado en un rico uniforme. Mi padre ha
dicho siempre que la guerra se libra en los campos, no en los salones de baile
ni en las recepciones. En este sentido, debo ser consciente de lo que soy ante
todo: un soldado y un oficial, no un petimetre empolvado.
Ahora,
de nuevo a lomos de Arrow, y habiendo
cambiado el gorro bicornio por mi sombrero ancho y ligero hecho de paja
trenzada, que la mayor parte de los oficiales ha ido adquiriendo de solícitos
paisanos que los cobran a diez peniques la pieza (esto desmiente la mala fama
que en casa tienen los españoles como comerciantes
pues el mío me costó solamente cuatro peniques en Portugal), me siento de nuevo
en la realidad de la vida que he elegido.
No hay noticias de las tropas españolas que
han de unírsenos aunque lo que sí parece seguro es que nos dirigimos a una
villa llamada Oropesa. Seguimos escasos de suministros y no parece que los
españoles vayan a surtirnos de los mismos, al menos por el momento.
Las
patrullas del Cuerpo Preboste se han multiplicado y grupos de sus jinetes recorren
arriba y abajo la inmensa columna del ejército en marcha.
Aparentemente, tras
los recientes episodios de deserción, el general Wellesley no quiere correr
ningún riesgo de que se produzcan nuevas muertes entre el paisanaje de las que
se puedan culpar a sus soldados.
En
lo que respecta a los hombres, a los de la Compañía Ligera concretamente, estos
días de instrucción en Plasencia parecen haber sido muy beneficiosos: para los
veteranos, impidiéndoles caer en la holgazanería; para los recién incorporados, para acostumbrarse a su nuevo oficio.
Ya
consigné que habíamos alistado a tres nuevos reclutas y, al parecer, han
progresado excelentemente pues, si bien el mercenario suizo Baumgartner no ha
precisado de especial atención, excepto en el idioma, el ballenero Prescott ha
demostrado un celo envidiable, quizás en su íntimo deseo de no volver jamás a
su duro y peligroso oficio. Pero quien más parece haber asumido su nueva
condición es el ex escribiente John D’Antonio quien, a decir del sargento “Red”
Redding posee una puntería excelente.
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