Veintiuno
de Julio del Año de Nuestro Señor de 1809. A las afueras de Oropesa
Aunque mi cuerpo se
resiente de la marcha forzada que hemos mantenido los últimos días, y que me
han mantenido apartado de estas queridas páginas, debo reservar mis últimas
energías de la jornada para consignar las novedades que ésta nos ha deparado.
En primer lugar mencionar
una importante alteración en la Tercera División: el III/27, de la brigada
McKenzie, ha sido sustituido por el II/24.
Es un honor, en cualquier
caso, pertenecer a la misma división en la que forman los rudos galeses del 24,
apodados “Los chicos de la Esfinge” por la insignia que lucen y que conmemora
su brillante actuación en Egipto. Esta
nueva, empero, nos ensombrece a muchos el ánimo pues nuestros “primos” del 27,
los bravos Inniskilling, han sido relegados a Lisboa como guarnición.
Siempre veló mis ánimos la
amenaza de no llegar a entrar en combate. Mis temores se vieron reforzados por
la animosidad que el general Wellesley parece manifestar por los hombres de
Erin. Creo que nunca olvidaré la triste estampa de un joven teniente de la
compañía ligera del III/27: cabalgaba con la mirada perdida, fija en el
infinito, mientras las lágrimas surcaban su rostro y se mordía los labios para
reprimir el estallido del llanto.
No he llegado a saber su
nombre, realmente no he querido saberlo, pues tal vez podría haberse llamado
Ian Talling y ser el II/87, y no el III/27, el batallón que haría el camino de
vuelta a Lisboa.
A ese hombre le han
hurtado la Gloria aunque, y eso es innegable, le han permitido vivir más tiempo.
A mí, sin embargo, me corresponde aquella o, mejor dicho, la opción de
alcanzarla. No todo el que entre en combate la logrará y, aún en el caso de
obtenerla, solo Dios sabe cuántos estarán vivos para saborearla.
Todo esto me hace
reflexionar en lo disparatado del asunto. Ese teniente, desgarrado por no poder
ir a la guerra, y yo feliz ante la posibilidad de morir. Este episodio me ha
hecho pensar en el teniente Laherty, mi compañero en la Compañía Ligera. Creo
que hubiera dado cualquier cosa por cambiarse con aquél desconsolado oficial y, de no mediar su honor y sus deberes para con su padre, lo hubiera
hecho. Nunca he intimado demasiado con él y la única vez que he intentado ganar
su confianza solamente obtuve la manifestación de su certeza ante su inminente
muerte y un fajo de cartas, de cuya entrega personal he empeñado mi palabra,
para su padre y su prometida.
Qué injusto puede llegar a
ser el Destino que preserva la existencia de quienes están dispuestos a
sacrificarla y arroja a los campos de Marte a los que rinden culto a la vida.
Pero, como consigné
previamente, esta jornada ha deparado otro suceso digno de ser recordado. Hoy
el Ejército Expedicionario Británico, agotado pero decidido y presto a la
lucha, ha tomado contacto con sus aliados. Aquí mismo, en Oropesa, el ejército
español, a las órdenes del general Cuesta, se halla acantonado. Solo es
cuestión de días que marchemos juntos en busca del enemigo.
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