Veintidós
de Julio del Año de Nuestro Señor de 1809. En ruta por España
Estamos en tierras
castellanas, las mismas que hollaran un día mesnadas de guerreros de la Cruz
empeñados en devolver toda esta nación a la Ley de Dios.
Hemos dejado atrás
Oropesa y marchamos hacia el este, en paralelo a las tropas españolas
Al parecer, según siempre
el teniente Tarín, cuya erudición sobre la Historia de España convoca cada día
a mayor número de oyentes deseosos de saber de heroicos momentos del pasado,
esta villa de Oropesa fue, durante mucho tiempo, la frontera entre la Cruz y el
Islam, entre Castilla y los reinos musulmanes del Sur. Cuenta, como no podía
ser de otra manera, con un castillo y con un Colegio de Jesuitas, esos
esforzados soldados de Dios siempre prestos a llevar su palabra allí donde
nadie se atreve a hollar.
Asimismo, pues esta es tierra fecunda en
soldados, Tarín nos ha hablado de Rodrigo Orgóñez, uno de los captores de
Francisco I en la batalla de Pavía y partícipe de la conquista del Imperio de
los Incas; y del Duque de Alba, azote de los holandeses, a quien corresponde el
señorío de estos lares.
El calor se hace más y más
intenso conforme avanzamos. No son pocos los hombres que caen al suelo,
vencidos por la inclemencia del tiempo, por la sed y por el escaso sustento que
les proporcionan sus magras raciones. Ignoramos cómo estarán de abastecidos los
españoles pero me cuesta imaginar que estén peor que nosotros.
Parece ser, al menos es lo
que asegura el ayudante del Intendente General, que el general Wellesley ha
exigido al general Cuesta los suministros prometidos e, inclusive, ha llegado a
insinuar al español que si no nos surten adecuadamente abandonaremos la lucha y
nos retiraremos a Portugal. No parece, desde luego, una perspectiva halagüeña
el volvernos a Abrantes, o a Lisboa, o a donde sea sin haber entrado en combate.
Egoístamente espero no tener que verme como aquél teniente del III/27 que
volvía lloroso y cabizbajo a Lisboa hace apenas unos días.
Mientras esto escribo
siento como si una fuerza irresistible anidara en mi pecho y me impeliera a la
batalla. Es una sensación extraña, aunque en cierto modo familiar, pues la
conozco bien desde que era un niño. Mi padre, cuando nos contaba a mis hermanos
y a mí sus experiencias en la guerra (nunca nos hurtó ningún aspecto de la
misma, por desagradable que fuera) hablaba a menudo de algo parecido: una
presión en todo el cuerpo y que anunciaba la inminencia de un combate.
Ignoro si mis sentimientos
son los mismos que mi padre experimentaba pero, de ser así, si realmente estoy
presagiando la lucha, esta me encontrará dispuesto a afrontarla. No quiero
dejarme abatir por el pesimismo de modo que asumiré mi mando y cumpliré mis
órdenes llegado el momento,
Y no podría acabar estas
líneas sin referirme a ese que se ha convertido en mi fiel compañero al final
de cada jornada. Estas tierras, castigadas por el sol inclemente, son el
escenario donde cierto Ingenioso Hidalgo ha comprometido su honor en la defensa
de los débiles y en la virtud de Dulcinea mientras que su fiel Sancho, paciente
y leal, sueña con su Barataria.
Hoy, con las últimas luces
del crepúsculo, mientras contemplaba cómo el sol se ponía, me ha parecido
vislumbrar en la lejanía la alta figura sobre el desmadejado rocín seguido por
su orondo escudero, buscando sin duda empresas dignas de su valor.
Me sonroja vuacé Tte. Talling.
ResponderEliminarRafael Tarín