Diario
de Guerra del teniente Ian Talling (Entrada XXXVI)
Diez de Julio del Año de Nuestro Señor de 1809.
Plasencia
Los rumores que corrían
insistentemente entre la tropa se han confirmado y el general Wellesley ha
concedido una semana de descanso y reorganización.
Ya señalé con anterioridad
que de haberse tenido constancia fehaciente de que habría oportunidad para descansar,
quizás no se hubieran producido las deserciones del día cuatro y, en
consecuencia, nos hubiéramos ahorrado contemplar el terrible espectáculo del
azotamiento de cuatro hombres (afortunadamente no se ejecutó la sentencia
inicial de quinientos latigazos y el general dio por zanjado el asunto con
solamente trescientos vergajazos por cabeza).
Debo decir que ha sido una de las visiones más
atroces que he contemplado jamás. Aunque había oído sobre ello nunca antes lo
habían visto mis ojos:
El reo, atado a un
triángulo formado por las picas de los sargentos de las compañías de línea, era
golpeado mientras un sargento contaba los azotes. Regularmente se tomaba un
respiro para relevarse en la tarea ejecutora (agotadora, por cierto) o para
cambiar el gato cuando éste se llenaba demasiado de sangre o piel. El cirujano
del batallón supervisaba el acto dando fe de que el reo no corría peligro de
muerte.
No pocos hombres han
reculado para no estar en primera fila y también alguno ha habido que no ha
podido reprimir unas tremendas arcadas, como ha sido el caso de mi compañero el
teniente Laherty. Honradamente debo mencionar que yo mismo me he encontrado al
borde de tal situación y que solamente un milagro, o el hecho de que hubiera
oído hablar de lo terrible de este castigo, ha evitado que le acompañase en ese
trance.
Y no menos impresionante
ha sido el ahorcamiento de los soldados Peter Barker y William Simms. Aunque en
el consejo de guerra juraron y perjuraron que no habían participado en el
nefando crimen que atribuían a Carruthers ello no alteró el ánimo del tribunal
que quería dar una lección sobre el trato a dispensar a los paisanos españoles.
Sin embargo es destacable que el verdugo se afanase en componer correctamente
el nudo fatal pues nada más abrirse el portalón los dos hombres murieron casi
de inmediato con el cuello roto.
Quien nada sepa de las cosas de la milicia
puede sorprenderse pero la rapidez con la que los dos infortunados dejaron este
Mundo dice mucho sobre su carácter pues no dejó de hablarse de lo excelentes
soldados que eran y el pesar entre sus compañeros era evidente. De haberse
tratado de otra clase de hombres a buen seguro que habrían tardado más, mucho
más tiempo, en sucumbir.
No he dejado de
reflexionar sobre la triste fatalidad que ha rodeado todo este asunto. Quizás
si se hubiera dicho antes que descansaríamos en Plasencia, Barker y Simms
estarían vivos ahora, y también aquellas mujeres y aquellas criaturas que encontramos en aquella alquería cercana a
Zarza la Mayor.
Esta tarde he disfrutado
de un paseo por las afueras de esta villa de Plasencia en compañía del teniente
Tarín y el padre Fennessy. Mientras que nuestro buen clérigo no hacía sino
alabar las bondades de un aguardiente de cereza con que ha sido obsequiado por
un almacenero local, el ayudante de cirujano me ilustraba sobre pasado hechos
históricos:
Al parecer, Plasencia debe
su fundación al rey Alfonso VIII de Castilla quien, en 1212, derrotó a los
invasores musulmanes en uno de los hechos de armas más importantes de aquellos
años: las Navas de Tolosa.
Debo reconocer que no
sabía nada de esa época en España pero me parece fascinante el hecho de que
mientras que los grandes reinos de Europa se empeñaban en las Cruzadas en los
Santos Lugares aquí, en esta tierra, la Cristiandad se afanaba en una empresa
que duró ocho siglos en total.
Al oír al teniente Tarín
no puedo evitar contagiarme de esa determinación tan arraigada entre los suyos.
Ocho siglos para liberar su país de los infieles, y lo consiguieron. Tal vez
Napoleón haya encontrado su Némesis en esta tierra que ha empapado tanta
sangre.
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