Siete de Octubre de 1809 (Anno Domini). A bordo del Portobelho
Días de lluvia y de calor
húmedo se suceden convirtiendo cada jornada en un tormento.
Solamente la
novedad que supone ver otros barcos que navegan por las mismas aguas anima en
algo la rutina. Sin embargo no hemos visto vela amiga y sí mucha extranjera, y
aún enemiga, aunque hace ya varios días que navegamos bajo bandera yanqui de
modo que nada hace presagiar conflicto alguno.
Hace tiempo que Messervy y
yo hemos trocado nuestros uniformes por prendas más ligeras hechas al clima
extremo al que nos enfrentamos. Aún así el calor es tremendamente pesado, lo
que sumado a la humedad implica que nuestras ropas estén casi permanentemente
mojadas.
Hubiese querido comunicar
mi descubrimiento sobre la carga que transportamos a Partridge pero confieso
que su ánimo parece estar tan decaído como el de Messervy antes de que le
instara a llevar una correspondencia diaria que ocupara sus pensamientos.
Pero la situación de
Partridge no es la misma. Obligado a trabajar en menesteres muy inferiores a
los que sus capacidades le facultan, y sometido a la tiranía del mulato Pouzada,
se le ve hosco e irritable. No he podido intercambiar con él más de unas
cuantas frases en tres días y en ningún momento ha dejado de manifestarme que
su plan está dispuesto para cuando se presente la ocasión. Es por ello que he
omitido referirle mi hallazgo pues temo que opte por una medida desesperada
pues, y esto es una obviedad, si llevamos mosquetes es más que seguro que habrá
a bordo pólvora suficiente como para hacerlo saltar por los aires.
Por el contrario mis
conversaciones con Figgis, que procuro llevar a cabo a la vista de todos sobre
cubierta para evitar suspicacias, y a las que últimamente se ha agregado Manuel
Sánchez, uno de los pocos tripulantes de la Succes
que aún goza de la confianza de Figgis, y por tanto de la mía, cuyo concurso ha
de ser por fuerza indispensable si queremos librarnos de nuestra reclusión.
Y, desde luego, el español
es hombre de recursos y de valor pues le ha
relatado a Figgis parte de su vida en la mar, que incluye servicio como
artillero en los combates de Finisterre y Trafalgar. No he podido evitar pensar
al oirlo en lo absurdo que es a veces todo en esta vida pues muy bien podría
haber sido su cañón el que provocó el astillazo que hiriera a Barlow.
Absurdo aunque se me antoja descorazonador
pues, en uno y otro caso, los dos lucharon por su Patria y por su Rey para
terminar el uno como primer oficial de un barco negrero y el otro como alistado
forzoso en la Armada de un país que no es el suyo y en un país que tampoco era
el de su nacimiento. La perspectiva de acabar mis días, en caso de que salga
con bien de esta endemoniada situación, como mercenario en un ejército
extranjero o en el arroyo y totalmente desamparado me oprime el alma pues nada
de cuanto pudiera hacer en el cumplimiento del deber me sustraería de tal
destino si, como mi padre sentencia, vienen mal dadas.
Es capítulo aparte la
relación que hago a continuación de los hombres y armas a bordo del barco. Con
un margen de error que me he permitido establecer en diez hombres, el
inventario es el siguiente:
-Tripulación: Capitán; dos
oficiales; contador; cirujano y 52 marineros (donde se incluyen todas las
especialidades)[1]
-Armamento: Seis
carronadas de veinticuatro libras; Diez cañones largos de dieciocho libras;
Entre diez y doce cañones giratorios y dotación de armas cortas de abordaje
(sables, chuzos, hachas) mas pistolas y mosquetes en número, probable,
suficiente para dotar la entera dotación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario