Dos de Septiembre de 1809
(Anno Domini). Quinto día a la deriva
[La correcta enunciación de términos marineros se debe a la cortesía del
guardiamarina Howard Partridge y del contramaestre Matthew Figgis]
He necesitado cinco días
para reunir las fuerzas y los ánimos suficientes como para consignar en este
diario las penalidades de que soy, somos, objeto mis compañeros y yo mismo pues
lo que había de ser una rutinaria travesía de Lisboa a Cádiz se ha mudado en
tragedia.
El pasado día veintiocho,
ya avanzada la tarde, la goleta Succes se
hallaba a pocas millas del Cabo San Vicente. El viento era favorable y, según
el guardiamarina Partridge, habíamos de arrumbar a Cádiz en el transcurso de la
mañana del día siguiente. Nada hacía presagiar nada anormal por lo que el aviso
del serviola de que se aproximaban dos velas no despertó excesivos recelos en
la tripulación, sobre todo cuando se verificó que se trataba de dos queches
portugueses, con seguridad pescadores.
Sin embargo algo en la
derrota de las dos embarcaciones no pasó inadvertido para los expertos ojos del
contramaestre Figgis. Recuerdo, pues me encontraba a su lado, que se dirigió al
guardiamarina Partridge y le indicó que la maniobra que ejecutaban se parecía
mucho, si no era, la propia de ataque.
Partridge, aún poco ducho
en las lides del mar, se dirigió a la cabina principal en busca del capitán.
Burke, bastante malhumorado, subió a cubierta solamente para decir que, sin
duda, querían vendernos algún género de ahí sus maniobras de acercamiento.
Mas, nada más acabar de
pronunciar el capitán aquellas palabras, dos estruendos casi consecutivos
fueron seguidos por sendos golpes secos que parecía que fueran a destrozar la
goleta.
Y, realmente, poco faltó pues el resultado fue
el palo trinquete destrozado, y dos hombres aplastados por sus restos, y el
certero impacto de una bala encadenada en
la aleta de babor se llevó a Burke, a la mitad de este más bien cual si fuera
un monigote, contra la parte opuesta de donde se hallaba antes de arrojarlo al
mar entre trozos de maderamen de la regala mientras que sus piernas y cintura,
convertidos en un amasijo ensangrentado, quedaban sobre la cubierta.
Lugo vino el estallido de
órdenes por parte de Partridge y el silbato de Figgis tocando a zafarrancho
pero nuestros atacantes parecían gente diestra tanto como nuestros marineros, al
parecer, no estaban habituados a combatir. Con dificultad Partridge aprestó a
seis hombres para que se hicieran cargo de las carronadas de babor, pues por
ahí venía el ataque.
Pese a saber muy poco de
las cosas de la guerra en el mar pude darme cuenta de que lo que querían era
capturar el barco, desarbolándolo primero para abordarlo después. Ya estaban
muy próximos cuando oí a Figgis gritar “abajo” antes de arrojarme al suelo de
nuevo.
Había sido un golpe de
ingenio propio de viejo marinero pues no se equivocó y una tormenta de hierro
nos barrió desde babor. Por toda la cubierta se oían gritos de dolor mientras
cordajes, pedazos de velas y maderamen, y aún restos de miembros, rodaban
aderezados de sangre.
Pero, aunque duramente
golpeada, la Succes no estaba
dispuesta a rendirse como atestiguó Sánchez, uno de los marineros españoles,
que auxiliado por tres de sus compañeros, cargó y puso en porta la carronada
situada en la amura de babor. El disparo que siguió alcanzó al queche más
cercano casi, como dicen en la mar, a tocapenoles pues por la poca distancia el
proyectil rodó por la cubierta llevándose por delante a varios hombres cual si
fueran bolos.
La respuesta enfureció, si
acaso, a los piratas pues fueron cerrando el cerco. Johnson, el boticario,
había abierto el pañol de armamento y distribuido mosquetes y trabucos entre
los hombres que podían valerse y no eran necesarios en otros menesteres de tal
suerte que el capitán Messervy y yo tomamos varias de tales armas y, tomando
posiciones en proa, nos dispusimos a abrir fuego sobre el queche más próximo…
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