Veintiuno de Agosto de
1809 (Anno Domini). Trujillo
Ya se pone el sol en el
que ha sido nuestro segundo día de marcha hacia el sur.
Ayer mismo llegó al puesto
de mando un correo (en realidad un oficial
que traía despachos al general y, de paso, la noticia de que nuestras
tropas habían desembarcado en Walcheren, en Holanda.
La nueva sobre Walcheren
ha sido acogida con indiferencia, si no con aprensión pues recuerda demasiado a
las campañas de 1794 y 1799.
Mucho se habló, y aún se
habla, de aquél fracaso del año noventa y nueve que nos hizo perder buenos hombres
y muchos recursos al desembarcar en Noord-Holland, y eso a pesar de que la
Armada capturó la totalidad de la flota holandesa. Mucho calor, humedad y
mosquitos, dicen quienes estuvieron allí, solo para que el Duque de York, el
comandante en jefe, decidiera después de un par de encuentros con los
holandeses que era mejor replegarse y volver a embarcar pues, al final, ni los
rusos hicieron lo que se esperaba de ellos y ni los holandeses nos acogieron
con los brazos abiertos, excepto unos cuantos orangistas, muchos menos de los
que se suponía.
Al final todo se arregló
con un acuerdo entre caballeros en un lugar llamado Alkmaar y nuestros hombres,
y los rusos, pudieron reembarcar sin ser molestados y volver cada uno a su
patria.
Un mal sitio para
combatir, en suma, ha sentenciado el sargento primero Aidan Keene, de la
compañía de granaderos, que estuvo allí con el I/87 en la otra desgraciada
operación del año noventa y cuatro que se inició brillantemente en Landrecies y
que acabó con la rendición y el cautiverio de buen número de hombres en Menin,
recuerda tanto la combatividad de franceses y holandeses como el tormento de
los mosquitos y las privaciones habidas durante el cautiverio.
Mas,
apunta el teniente Tarín, no es tan mal lugar pues durante casi un siglo los
Tercios de España lucharon sin desmayo para mantener aquellos lugares bajo la
égida de los reyes Austrias.
Lógicamente ni el sargento
Keene, ni la mayoría de nosotros, sabemos demasiado sobre aquella época aunque
algunos sí que hemos oído hablar de los Tercios, una tropa que marchaba a paso
cadencioso y que acostumbraba a morir sin pedir cuartel, que tampoco concedía
en demasía, y que combatía, dicen, como los mismísimos demonios del Infierno.
Confieso que al oír a
Tarín me convenzo de que no entenderé jamás a los españoles: dueños de medio
Mundo durante varios siglos y permiten que todo ello se pierda y, lo que es
peor, hollados ahora por invasores se diría que ese pretérito ardor guerrero se
hubiera esfumado al igual que esas glorias del ayer.
Y, como contrapunto a
cuanto se habla sobre Holanda, quiero consignar el hecho de que nuestra
retirada sea tanto más metódica en cuanto nada se está dejando al enemigo que
nos persigue.
Ya antes de emprender la
marcha, varios piquetes de artilleros e ingenieros, escoltados por unidades del
Cuerpo Preboste, han volado todo cuanto los franceses pudieran utilizar tanto
en su provecho como en nuestro perjuicio: molinos, hornos, telares, forjas…Todo
es destruido pues nada debemos dejar atrás que redunde en provecho de los
franceses.
Es esta una de las
misiones más dolorosas a las que nuestras tropas deben enfrentarse pues saben
que condenan a los paisanos a pasar hambre, nadie sabe por cuanto tiempo, y a
sufrir un sin número de privaciones. Puede parecer una crueldad pero la guerra
no hace distingos, incluso con quienes no empuñan las armas.
Incluso ahora, con las
sombras enseñoreándose del cielo, pueden oírse, como truenos lejanos, las
explosiones con las que nos aseguramos proporcionar penurias a nuestros
enemigos y, también, a quienes en cuyo auxilio hemos acudido.
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