Ocho de Septiembre de 1809 (Anno
Domini). A bordo del Portobelho
Dos días a bordo de este barco han
bastado para transformar la alegría que había supuesto nuestro rescate en una
amarga desazón.
Ayer a mediodía, mientras nos
encontrábamos paseando por la cubierta el guardiamarina Partridge y yo, se nos
acercó el contramestre Figgis, que se encontraba desempeñando labores de simple
marinero al igual que el resto de nuestros hombres cuyas heridas se lo
impidieran.
Hablando a grandes voces aprovechaba
nuestras réplicas para narrarnos cuanto había visto y oído desde que
embarcáramos.
Y lo que nos refirió nos sorprendió,
quizás más a mí que a Partridge cuyo semblante enrojecía a la medida que
escuchaba el relato de Figgis:
El Portobelho
es un barco negrero, lo había averiguado en el mismo momento que vio los
sollados por primera vez; se dirigía a África Occidental procedente de Liverpool
y cargaba mercaderías diversas que se trocarían por esclavos. Y, y esto me hizo
estremecer, al parecer nos habían recogido no por caridad cristiana sino porque
tres días antes de avistarnos el capitán había mandado pasar por la quilla a
cuatro marineros que se habían quejado sobre la paga, cuyo monto resultaba
inferior a lo estipulado cuando se enrolaron.
Partridge y yo intentamos aparentar
normalidad y regresamos a nuestra cabina, donde referimos a Messervy todo
cuanto sabíamos.
La situación no se presentaba halagüeña
en modo alguno. El tráfico de esclavos había sido proscrito por el gobierno de
Su Majestad hacía un par de años, y lo mismo habían hecho los norteamericanos,
de forma que un encuentro con naves de guerra de cualquiera de los dos países
podía dar con nuestros huesos en la horca o acabar de pasto de los peces
cosidos a cañonazos.
Por otra parte, no había forma de salir del
barco salvo robando un bote pero necesitaríamos de nuestros marineros, ahora
hacinados con el resto de la tripulación a proa.
Messervy sugirió que se ofreciera al
capitán una buena suma por desembarcarnos, suma que podría él mismo garantizar
dado que llevaba despachos para Sir Richard Wellesley, el embajador británico
ante la Junta Suprema Central española, por lo que el ilustre personaje satisfaría
la cantidad prometida a costa de las arcas del Rey Jorge.
El guardiamarina Partridge, por su parte,
visiblemente ofuscado por hallarnos en semejante situación, propuso hablar con
Barlow, el primer oficial, pues siendo éste inglés sería fácil apelar a su
sentido del patriotismo. Y aunque Messervy y yo tratamos de disuadirle, el
guardiamarina se fue en busca del primero y lo trajo a nuestra cabina.
El resultado de la empresa fue, no podía
ser de otra manera, desastroso. En primer lugar Barlow celebró burlonamente que
fuésemos tan perspicaces. Luego continuó diciendo que nosotros habíamos
consentido en embarcar de modo que ahora quedábamos sometidos a la disciplina
de a bordo.
Para empeorar las cosas Messervy lanzó su
oferta de suculenta gratificación pero Barlow cortó respondiendo que lo que
iban a embolsarse los tripulantes del Portobelho
en ese viaje sería infinitamente más de lo que les daría el embajador, o el Rey
o quien fuese.
Vicealmirante Collingwood |
Y, como remate, la invocación de
Partridge a Inglaterra y a la justeza de las leyes que respaldaba, auxiliada
por la Armada Real, en contra del tráfico de esclavos se topó con una mirada
fría que pareció taladrarle y un tono de voz del que habían desaparecido las
trazas de burla…
-¿La Armada Real, señor
guardiamarina?-dijo mientras se remangaba la pernera derecha mostrando una
tremenda cicatriz que la recorría desde el muslo al tobillo.
-Un astillazo a bordo del Royal Sovereign[1] y la felicitación personal del Padre[2]-dijo con
aspereza-para que tres meses después me expulsaran con deshonor por pegarle un
tiro a un cobarde de capitán que rehuyó el combate…
-Váyanse al infierno usted y la Armada
Real-concluyó saliendo de la cabina dejándonos mudos y con la lúgubre sensación
de que nuestras desgracias estaban realmente a punto de comenzar en un lugar remoto y terrible del que solamente había oído hablar hasta entonces: La Costa de los Esclavos
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