Cuatro de Septiembre de
1809 (Anno Domini). Séptimo día en el
mar
Esta mañana ha muerto el
marinero Sickles.
Ya desde anoche su letanía
se había convertido en un lamentable monólogo trufado de llamadas a la madre y
a una mujer llamada Eliza, que suponemos es su esposa.
Figgis, el
contramaestre, lo abrazó y pasó así prácticamente la totalidad de su último día
entre los vivos.
Lo entregamos al mar
demudados aunque, egoístamente, secretamente aliviados pues sus gemidos eran
terribles y mi ánimo, en realidad creo que el de todos, se resentía de sus
efectos.
Según el capitán, pues a todos
los efectos el guardiamarina Partridge es el capitán, nos encontramos cerca de
la costa mas, en previsión de un nuevo ataque, seguimos una derrota que, si
bien nos ha de acercar a aquella, resulta más dilatada para evitar en lo
posible la vista de tierra pues estas son aguas de contrabandistas que
acuciados por la guerra se dedican a otros menesteres tales como la vil
piratería.
Nuestras esperanzas se
basan en que algún barco que haya salido o se dirija a Lisboa nos recoja. Esta
posibilidad es, realmente, la única esperanza a la que nos aferramos pues nos
encontramos en una de las rutas más concurridas del sur del Continente.
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