Veintiséis de Octubre de
1809 (Anno Domini). A bordo del Portobelho
Aturdido aún pude ver cómo
varios hombres armados descendían al pantalán y corrían hacia la factoría. Allí
parecían haberse desatado todos los demonios del Infierno pues, a la luz de las
hogueras, pude ver a grupos de hombres que entraban corriendo por un boquete
abierto en el muro.
La campana atronaba a la
vez que gritos de alarma recorrieron el Portobelho
de proa a popa. Casi al instante aparecieron Fernándes y Barlow,
maldiciendo el primero y dando órdenes el segundo.
Instintivamente corrí a la
cabina a coger el sable y las pistolas. Encontré a Messervy revisando el
escondite de la valija y ocultando en un coy enrollado el estuche de sus
lentes. Se armó con una pistola y un sable y me acompañó a la cubierta listos
para ocupar el puesto que nos asignaran.
Evidentemente no puede
decirse que nuestra presteza obedeciera a algún tipo de lealtad contraído con
los esclavistas sino que obedeció, es mi opinión, al instinto de supervivencia
pues lo mismo quienes nos atacaban eran amigos mas, en aquellas latitudes y en
semejantes compañías, era probable que se tratase de todo lo contrario.
Más hombres empezaron a
subir desde las cubiertas inferiores mientras que los gritos y los sollozos de
los negros se confundían con el cercano estruendo de los disparos. Vi a Figgis
junto a dos hombres del Succes, Brown
y Días, dispuesto a bajar al pantalán. Busqué con la mirada a Barlow, a quien
localicé finalmente, y me disponía a ir junto a él cuando oí gritar algo a
Messervy y, segundos después, un estampido que procedía del río.
Me giré y pude ver a mi
compañero derrumbándose mientras sus manos se agarraban al estómago. Vacilé un
instante hasta que algo me hizo girar la cabeza en dirección al río. Era noche
de luna llena aunque algunas nubes habían cubierto el cielo ya en la tarde, sin
embargo ello no pudo evitar que vislumbrara una serie de formas que parecían
deslizarse en la corriente hacia donde estábamos. Un fogonazo me hizo lanzarme
sobre la cubierta al tiempo que grité con toda la fuerza de que fui capaz:
-¡Por el río!
Me arrastré hacia Messervy
al tiempo que alguien, que sostenía un botafuego, lo aplicó a la mecha de la
ristra de bengalas que se hallaban dispuestas en la regala. El zumbido de los
artefactos al ascender se vio amortiguado por las explosiones de las primeras
que tiñeron la noche de un espectral manto rojizo. A la vacilante luz pude
observar que Messervy sangraba abundantemente por el vientre mientras gritos de
alarma y disparos aislados acompañaban los silbidos y las explosiones de las
bengalas.
La curiosidad pesó sobre
la aprensión y me incorporé lo bastante como para divisar cuatro lanchas, una
de ellas muy próximo al costado del barco…