martes, 17 de enero de 2012

LIBRO II - Capítulo 38



Quince de Julio del Año de Nuestro Señor de 1809. Plasencia

Hoy nos han comunicado, a todos los oficiales compañía por compañía, que en breve se nos unirá un ejército español que se encuentra acampado en las inmediaciones de donde nos hallamos.

Al parecer, días atrás, el general Wellesley, y su estado mayor, se entrevistó con el general español, de nombre Gregorio de la Cuesta, en una población cercana llamada Almaraz.

Aunque los jefes de batallón no han sido prolijos en explicaciones parece ser que el encuentro no ha sido todo lo cordial que debiera. Se habla de que el general español, altanero en exceso, no ha mostrado la debida cortesía e, incluso, ha deplorado de las peticiones de nuestro jefe sobre los suministros.
Sin embargo, tal y como dicen los viejos soldados, mantener algo en secreto en el Ejército es como caminar sobre las aguas.

 Poco a poco vamos conociendo detalles sobre ese encuentro y las nuevas son dispares:

Al parecer, y esto parece haber sido dicho por el mismísimo general Wellesley, los soldados españoles aparentan trazas satisfactorias al menos individualmente, pero parece alarmante la escasez de armas y equipos a la vez que el estado de los existentes parece dejar mucho que desear. 

Asimismo, el nivel de instrucción parece deplorable pues la mayor parte de los soldados son conscriptos que no han tenido ningún contacto, hasta ahora, con la milicia. La oficialidad, en suma, tampoco posee experiencia, salvo excepción de algunos pocos veteranos, y no sabe de los hombres que manda más que de los misterios de los designios divinos.

Así pues parece que nuestro aliado no va a ser el mismo que derrotara a los franceses el año pasado en Bailén. Muchos de nosotros, y no escapo a esta regla, nos habíamos ilusionado pensando que, con los bravos que vencieron a Dupont de nuestro lado, nada nos impediría golpear de modo decisivo a los franceses y, quien sabe, expulsarlos más allá de los Pirineos.

A todo lo expuesto, y esto es algo que no es producto de habladurías, nuestra situación es verdaderamente apurada en varios aspectos: faltan animales de carga y tiro, vehículos, víveres, herramientas, suministros médicos e infinidad de cosas precisas. Inclusive se insinúa, con bastante insistencia, que la marcha de nuestro ejército desde Abrantes estaba supeditada a la promesa que hicieran los españoles de que ellos se cuidarían de los suministros.

 Una punzada de temor, pues, me invade aún inconscientemente al pensar que todo esto no es sino una gigantesca trampa, de la que participa la inacción de nuestros aliados, cuya finalidad es ofrecernos en sacrificio a los franceses, igual que hiciera Abraham con su hijo. Después de todo, hemos sido enemigos de los españoles más tiempo que Napoleón.

Pero no todos los aconteceres han sido siniestros hoy. Por el contrario, se ha celebrado mucho (entre la tropa irlandesa, obviamente) la noticia de que en el ejército español forman irlandeses. De todos es sabido que nuestros Gansos Salvajes se han establecido por muchos reinos de Europa ofreciendo sus artes militares a quien les pagara. España ha sido uno de estos reinos y la fama de regimientos como el Hibernia, el Ultonia o el Irlanda ha llegado hasta nuestra tierra.

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